27 julio 2005

Un largo viaje.

Llegar a mi destino final en Cuba, supone más de veinte horas de viaje desde el momento en que salgo de casa hasta que por fin llego a destino. En ese tiempo, un rutinario viaje que consta de taxi hasta la estación de Castellón, tren hasta Madrid, metro hasta Barajas, larga espera en el aeropuerto, casi 10 horas de vuelo y finalmente un taxi cubano para recorrer los últimos 40 kilómetros que separan el aeropuerto de la ciudad de Guanabo.

Hasta la última hora de vuelo, la cosa carece de más interés que la lectura de la historia de la narcotraficante mexicana Teresa Mendoza contada magistralmente por Arturo Pérez-Reverte. En la última parte del vuelo, si llegamos de día, no hay que perderse el impresionante paisaje que se divisa desde el Boeing 767 de Air Europa. Primero la vista de las Bahamas. Después, territorio cubano. Primero el perfil inconfundible de Varadero, la Bahía de Matanzas y despúes el verde omnipresente de Cuba hasta llegar al aeropuerto de La Habana.

La llegada, tras el militarizado control de pasaportes, supone la siempre desagradable tarea de batallar con los taxistas que operan en la terminal internacional que, sabedores de su sitación de monopolio, tratan por todos los medios de estafar a los viajeros, aprovechando bien su cansancio, bien su inexperiencia en Cuba,o bien ambas cosas. Al final siempre lo consiguen para desgracia del visitante que es recibido en Cuba con una estafa.

Eso sí, tras el disgusto del taxi, que no por conocido resulta menos cabreante, acabo llegando a la casa de mis amigos Mercedes y Bartolomé en Guanabo. Visita obligada en todo viaje que realizo a Cuba. La conversación siempre enriquecedora de Bartolo y la excepcional cocina criolla de Mercedes, junto con un primer roncito con su vecino y amigo Regino, hacen que el balance de la agotadora jornada acabe por ser altamente positivo, como no podía ser de otro modo.