28 julio 2005

Las dos pasiones de Hemingway.


La población costera de Guanabo, al este de La Habana, es una zona privilegiada. Aquí, cubanos con cierta solvencia y extranjeros, pasan sus vacaciones en casas alquiladas o en habitaciones en casas particulares, junto a la playa. Guanabo no es un guetto turístico como Varadero, pero tampoco es la Cuba rural de las provincias orientales. Eso sí, sólo hace falta viajar algunos kilómetros hacia el interior a pequeños poblados como La Gallega donde estuve esta misma tarde, para que todo cambie.

Hoy pasé el día con mi amigo Regino en Marina Tarará donde él trabaja. Es un pequeño puerto deportivo integrado dentro del complejo Villa Tarará. Un extenso complejo que combina salud y turismo de una forma un tanto peculiar. Por una parte, turistas rusos, orientales y europeos, alquilan casas con ciertos lujos en la zona. Por otra parte, aquí se han tratado a los niños afectados por el accidente de Chernobyl, en Ucrania. Hoy el complejo, que vive momentos de cierta decadencia, se está reconvirtiendo en un lugar donde acude turismo de salud, fundamentalmente venido desde Venezuela.

En mi caso la jornada la dediqué al mar. Día de pesca de altura del marlin - el pez espada que venía a pescar Hemingway en estas mismas aguas desde su cercana casa de Cojimar - y buceo en la barrera de coral de Guanabo. Al final la jornada de pesca se saldó con una barracuda de unos 6 kilos - próximamente fotos -, que hubo que devolver al mar por el problema de la cicuatera, una toxina peligrosa para el ser humano que proviene de los corales y que afecta a los depredadores de arrecife coralino, como es el caso de la barracuda. Los marlins ni verlos.

La tarde transcurre tranquila. La comparto ya en Guanabo, con Leo. Un alemán que ocupa la otra habitación en alquiler de la casa de Bartolomé y Mercedes. Con cierta dificultad por nuestro inglés poco fluido, Leo y yo charlamos sobre viajes. El tipo, que es camionero, ha trabajado con diversas ongs en zonas tan complicadas como Bosnia, Haití o República Dominicana. Tan interesante conversación requería compartir una botella de ron cubano.

Interrumpo nuestra charla unos minutos para escribir estas líneas. Tras enviar este texto, retomaré la charla con Leo, mientras su apática y negrísima novia cubana, pese a mis esfuerzos por traducirle la conversación, seguirá aburriéndose soberanamente.