31 julio 2005

Sobre cuanto tenemos que aprender los europeos de cubanos y latinoamericanos.


El sentido común ha recomendado bucear hoy. Anoche de nuevo me dejé seducir por el indudable encanto de la noche de Cienfuegos. Comencé la velada tras una excelente cena criolla en la casa de Negrín y Lucy, en la Casa de la Música. Este peculiar recinto, acoge conciertos y actuaciones de todo tipo. Está ubicado muy cerca de Punta Gorda, y tiene el encanto de que su escenario está rodeado por las aguas de la bahía. Anoche actuaron allí un grupo de famosos humoristas cubanos de televisión. Entre ellos el Cabo Pantera, del que había oido hablar mucho en mis viajes por la isla. Cuatro micrófonos con un pésimo sonido, seis humoristas en el escenario y tres o cuatrocientos cubanos alrededor.

De ahí de nuevo al Artex, donde estuve la noche anterior. Esta vez la actuación era de un trio musical poco interesante que interpretaba canciones románticas. Tomando una cerveza en la barra del hall de la terraza, apareció Lucía, una enfermera cordobesa recién llegada a Cienfuegos. Un comentario oportuno hizo que terminara incorporándome a su grupo formado fundamentalmente por enfermeros y enfermeras españoles que acababan de llegar a Cuba para realizar un curso de verano en la Facultad de Ciencias Médicas. La reunión fue poco interesante y la terminé abandonando al cabo de un rato, ya que aunque la cordobesa derrochaba simpatía, el resto de españoles recelaba del recién llegado - yo mismo -, formando un grupo hermético.

Tras un tiempo en el Artex, abandoné el local rumbo al Malecón. Allí de nuevo me encontré al guyano Dexter, uno de los estudiantes caribeños de la noche anterior junto a dos argentinas y una chilena que también conocí el viernes noche. Con ellos estuve hasta la madrugada, reflexionando entre copa y copa sobre la falta de apertura a los demás que tenemos los españoles. Y eso que teóricamente somos mucho más abiertos al trato humano que ingleses, alemanes o franceses.

Para acabar de confirmar mis pensamientos de la noche anterior, hoy tuve un día muy cubano. Hacia mediodía me dirigí a la parada de guaguas para la playa Rancho Luna. Las dos largas horas de espera sirvieron para que intimara con un grupo de cubanos que también se dirigían allá. Tres chicas y un chico, el marido de una de ellas. Al final terminé pasando con ellos una maravillosa jornada en la playa - gracias Omey -, bebiendo una tras otra varias botellas de ron dispensado, un ron a granel que los cubanos compran en moneda nacional, mientras nos bañábamos y conversábamos en las aguas de Rancho Luna bajo la intensa lluvia. Pese a ser gente evidentemente muy humilde, no consintieron que pagara ni una sola de las cuatro botellas de ron que compraron. Por la noche los invité a cenar una pizza en una cafeteria y a compartir una botella de Havana Club, era lo mínimo que podía y quería hacer.