12 agosto 2005

Atardecer en Santiago de Cuba

Del abrasador sol tropical, a esta hora de la tarde, sólo queda un resplandor rojizo que se refleja con mil matices cálidos en las nubes que se divisan a lo lejos, al otro lado de la bahía. Se adivina la esfera roja, ya baja, tras una gran masa de nubes grises y compactas que adivino están descargando agua sobre la Sierra Maestra. Más cerca las siempre tranquilas aguas interiores, grises como casi siempre y apenas alterada su superficie por la influencia de la suave brisa.

Y ya en esta ribera de la Bahía de Santiago de Cuba, la ciudad se muestra al atardecer en todo su esplendor. Predominan los colores ocres de los inmaculados techos de tejas de barro alternados con techos ruinosos de oxidadas placas metálicas. El ocre se mezcla con el omnipresente verde de Cuba. Aquí y allá manchas verdes salpican el paisaje urbano de la capital del oriente. Algunas de las casas tienen en sus patios interiores, grandes árboles que emergen altaneros entre los ocres techos. Islas verdes en un mar de cemento, barro y metal.

Un perro callejero ladra. Una orquesta de salsa hace sonar su música, probablemente en la cercana calle Heredia, cuna de la música tradicional cubana. Un tipo negro proclama a los cuatro vientos su condición de vendedor de yuca mientras avanza con pesados andares por la empinada calle que viene de la orilla. Su voz se mezcla con la del niño que juega en una terraza cercana.

Santiago de Cuba es música, es sonido, es aromas, es gentío.

La brisa del oeste aumenta su intensidad. Llovió ya en la sierra. Lloverá pronto aquí.

Cae la noche en Santiago.