Un día de playa.
Dejé a propósito mi obligada visita a Santiago de Cuba para la última etapa de mi viaje. Sabía que una vez en la capital del oriente cubano, me sería muy difícil abandonarla. Los santiagueros son sin duda, junto a los pineros - Isla Juventud -, la gente más hospitalaria de Cuba. Y esto es decir mucho. Y entre todos los santiagueros, Santiago Vallina y su familia destacan por su hospitalidad. Desde el momento en que un turista entra en su casa, ellos hacen que se sienta un miembro más de su familia. Se cuenta con el visitante - en este caso conmigo - para todo. Y eso en casa de Santiago, es mucho.
Ayer por supuesto, acompañé a la familia a la fiesta de cumpleaños de Alejandro, un vecino. Esta vez, la fiesta sería en una playa solitaria. Una veintena de invitados entre familiares, vecinos, amigos y algún turista como yo, nos desplazamos hasta El Caletoncito, a unos 40 kilómetros al este de Santiago de Cuba.
Llegamos hasta allá en un Peugeot 206 que alquilé. Nada más llegar, me presentan a Alejandro quien junto con su familia me acoge inmediatamente y sin reservas. Así son los santiagueros.
Alejandro obsequia a los invitados con un ovejo - cordero - que se mata, despieza y se guisa en la misma playa. Como es costumbre, todos los invitados aportan algo a la fiesta, siempre según sus posibilidades. En mi caso aporté una caja de cervezas nacionales - 10 CUC - y dos botellas de ron Cubay - 2,5 CUC cada una -.
El savoir vivre de los cubanos se manifiesta ante mis ojos una vez más. Comida, música, baile, gritos y risas, baño en las aguas de la cala, y sobre todo ríos de ron Cubay y cerveza de a 10 pesos que todos, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes,consumen durante toda la jornada hasta la puesta de sol.
Tras tomarnos varios tragos, charlaba yo con mi nuevo amigo Franco el italiano, que por allí andaba con Karina, su chica cubana. "Sabes Franco, cuantos turistas comemierda que andan estos días por Varadero pagarían cientos de dólares por poder vivir un momento tan intensamente cubano como éste?". Franco asintió. Esto no tiene precio.
Ayer por supuesto, acompañé a la familia a la fiesta de cumpleaños de Alejandro, un vecino. Esta vez, la fiesta sería en una playa solitaria. Una veintena de invitados entre familiares, vecinos, amigos y algún turista como yo, nos desplazamos hasta El Caletoncito, a unos 40 kilómetros al este de Santiago de Cuba.
Llegamos hasta allá en un Peugeot 206 que alquilé. Nada más llegar, me presentan a Alejandro quien junto con su familia me acoge inmediatamente y sin reservas. Así son los santiagueros.
Alejandro obsequia a los invitados con un ovejo - cordero - que se mata, despieza y se guisa en la misma playa. Como es costumbre, todos los invitados aportan algo a la fiesta, siempre según sus posibilidades. En mi caso aporté una caja de cervezas nacionales - 10 CUC - y dos botellas de ron Cubay - 2,5 CUC cada una -.
El savoir vivre de los cubanos se manifiesta ante mis ojos una vez más. Comida, música, baile, gritos y risas, baño en las aguas de la cala, y sobre todo ríos de ron Cubay y cerveza de a 10 pesos que todos, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes,consumen durante toda la jornada hasta la puesta de sol.
Tras tomarnos varios tragos, charlaba yo con mi nuevo amigo Franco el italiano, que por allí andaba con Karina, su chica cubana. "Sabes Franco, cuantos turistas comemierda que andan estos días por Varadero pagarían cientos de dólares por poder vivir un momento tan intensamente cubano como éste?". Franco asintió. Esto no tiene precio.
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