16 agosto 2005

El final del viaje. ¿Soy un tipo con suerte?

Ha pasado media hora desde que el tren se paró en medio de ninguna parte. La tripulación y los viajeros de mi vagón conocen ya mi historia. Bromean y hacen chistes. Durante dos minutos mi pasmo es total. Pero enseguida me contagio de la santa paciencia de los cubanos, acostumbrados a estas lides. Charlando con un grupo de jóvenes del vagón, estamos ya cuadrando para quedar a cenar cuando se produce el milagro. El tren se estremece, da un tirón, se para, da dos tirones más y ¡se mueve! La locomotora vuelve a funcionar.

Llego a la céntrica estación La Coubre de La Habana con el tiempo justo de saltar corriendo del tren, dirigirme a la calle y parar un taxi de turismo con garantías de no averiarse. Los taxis particulares y los viejos Lada de Panataxi son mucho más económicos pero poco fiables mecánicamente. Tras una carrera, paro un Hyundai. "Al aeropuerto por 13 pesos, ¿está bien? ¿sí?. Vamos rápido, que estamos apurados". Falta menos de una hora para la salida del vuelo.

Llego casi a las nueve de la noche a la cola del mostrador de facturación. Si se tratara de otro aeropuerto, el vuelo estaría previsiblemente cerrado, pero en La Habana es habitual que el personal de tierra, que es cubano, se retrase en la facturación que se produce con una lentitud pasmosa. Una veintena de personas todavía no han embarcado. Mientras espero todavía llegan seis o siete viajeros más. No soy el único que tengo problemas con el transporte.Llega mi turno y antes de que se emita mi tarjeta de embarque, la supervisora anuncia "Se cerró el vuelo señores, no hay más plazas disponibles" . Hay overbooking. Increíble. Tanto correr para nada.

Pero mi suerte no me iba a abandonar tan fácilmente. Cuando ya estaba pensando qué hacer en La Habana una noche más, afortunadamente con desplazamiento y hotel pagado por Air Europa en esta ocasión, se produce un nuevo milagro. "Ah, queda una plaza más. ¿Quién ha sido el último en llegar antes del cierre?. El señor Enrique, ¿es usted?. Un momento que emitimos su tarjeta. Buen viaje, señor". Desde luego soy un tipo afortunado. Dejando los gritos de protesta de los viajeros afectados a mi espalda, pago el impuesto aeroportuario de 25 CUC y me dirijo al control de policía.

A las 23 de la noche, tras un largo retraso provocado por la demora en la llegada del catering, según anuncia la sobrecargo, el vuelo parte hacia Madrid. Estoy sucio y agotado. Me duermo inmediatamente y sueño con volver pronto a este fascinante país.