13 agosto 2005

La capacidad de adaptación del ser humano. Otra vez...

Esta noche me espera el tren, si no hay cancelaciones - el 20% de trenes se cancelan en Cuba, confío en mi suerte -. Viajaré durante unas 14 horas o más a lo largo de todo el país hasta llegar previsiblemente a partir de las dos de la tarde hasta La Habana. Desde ahí, un par de horas o tres visitando la ciudad con la mochila a cuestas, para hacia las 19 horas estar en el aeropuerto y pasar otra noche viajando hasta llegar a Madrid. En total serán unas 40 horas de viaje desde Santiago de Cuba hasta Castellón, mi destino final. Un largo viaje de regreso.

Estaba recordando las sensaciones que me invadían apenas 24 horas antes de iniciar mi viaje. No tenía ningunas ganas de iniciarlo. Sentía auténtica pereza. Sin duda se debe a la capacidad innata de adaptación del ser humano. Estamos bien allá donde estamos y sentimos cierta inquietud ante la perspectiva de un cambio radical en nuestra manera de vivir. Debe ser eso.

Hoy, de hecho desde hace un par de días, siento la misma sensación que hace ahora tres semanas. No tengo ningún deseo de iniciar el viaje de retorno. Siento auténtica pereza. Y tristeza. Siento tristeza por dejar este país, a esta gente, este clima, esta comida, esta música, estos olores, esta manera de hablar, este ritmo de vida. Es todo tan distinto.

Y sin duda como mi destino es de sobra conocido, necesitaré muy poco tiempo para adaptarme de nuevo a esa otra manera de vivir. Eso sí, sacrifiqué una semana de estancia en Cuba para tener una semana más de vacaciones en España, antes de volver al ritmo de vida que nuestra sociedad impone. Pasar un mes viviendo a ritmo cubano y volver inmediatamente al ritmo europeo es imposible y deprimente. Así que lo tomaré con calma.