14 agosto 2005

La fiesta de despedida en la Casa de la Trova.

Finalmente pude comprar mi pasaje para el tren regular que hoy me llevaría a través de todo el país para llegar finalmente a La Habana, para desde allí coger ya el avión de regreso a España. Llegó la hora de las despedidas.

A mediodía, tras mi habitual visita al Hotel Libertad para escribir unas líneas para este blog, me reuno con Santiago, Richard, su yerno y Alejandro. Sin premeditación alguna, comenzamos tomando unas Bucanero fría en la Casa del Habano junto a otros amigos del grupo. Hablamos de todo, como suele ser habitual en estos casos. También de mi inminente partida en el regular. Uno de los amigos de Santiago me comenta que acababa de llegar en este tren desde Camagüey y que el retraso ha sido de más de 15 horas. Temo lo peor, pero mejor no pensar en eso.

Las cervezas van cayendo y luego pasamos al ron, ya en la calle Heredia. Primero en el patio de Artex, que es una extraña combinación entre tienda de souvenirs y patio musical que existe en todas las ciudades. Y después, la Casa de la Trova, lugar donde sin haberlo premeditado, celebraremos mi despedida. No se me ocurre mejor lugar para hacerlo.

Cuando llegamos el ambiente era intimista. El hermano de Elíades Ochoa, armado con un tres - guitarra de seis cuerdas cubana -, interpretaba canciones en una de las mesas con un grupo de cubanos y algunos turistas. Nosotros en la mesa contígua bebíamos, charlábamos y reíamos, un tanto ajenos a las interpretaciones musicales.

A las cinco comenzó una actuación, la del Duo Cohiba. Una formación compuesta por un cantante y maracas, un guitarra y un percusionista que les acompañaba para la ocasión. Clásicos de la canción tradicional cubana como "Sabroso", "Son de la loma", "Guantanamera" o "Hasta siempre comandante", comenzaron a sonar. El ron seguía fluyendo, y sin duda bajo su influencia, Santiago decidió que debíamos unirnos a la fiesta. Así que ni corto ni perezoso, agarró unas claves - instrumento de percusión - y se sentó junto los músicos.

Al poco rato los músicos compartían nuestras botellas de ron Cubay. Yo me esforzaba por seguir a los músicos con la clave sin perder el ritmo mientras todos cantábamos junto a los músicos. Santiago, ya lanzado, ejerció de maestro de ceremonias, anunciando los temas a interpretar e incluso dedicándome una emocionada despedida que fue aplaudida por el grupo de turistas alemanes que estaban al fondo del local, y que creo que no se enteraron de mucho.


Así discurrió mi último día en Santiago de Cuba. Hacia las ocho de la tarde, con paso titubeante, me dirigí calle Heredia arriba, luego hacia la Plaza de los Dolores y finalmente por Aguilera hasta llegar a la casa. Era la hora de cerrar el equipaje y dirigirme a la terminal ferroviaria. El tren me esperaba.