30 julio 2005

Rancho Luna. La playa de Cienfuegos.


Sin duda una visita a la playa es un buen plan después de una larga noche. Sin embargo, ir hasta la playa requiere desplazarse. Las aguas de la Bahia de Cienfuegos, muy turbias, no son lugar adecuado para el banyo. Por ello, los cienfuegueros se desplazan hasta la playa Rancho Luna, 19 kilómetros al sur de la ciudad, ya en la parte exterior de la bahía.

El transporte desde la ciudad hasta la playa no es un problema. Desde las 7 de la mañana y hasta las 7 de la tarde, hay un servicio regular de destartaladas guaguas que realizan el trayecto. El viaje cuesta un peso cubano - CUP -. Con un pooco de suerte, se puede conseguir viajar sentado, ya que estas guaguas incluso en pleno sábado de verano, no van excesivamente llenas, excepto a horas punta.

La costa en toda esa zona es rocosa y con abundantes arrecifes de coral que parten desde la misma orilla. Solo una pequeña porción de la zona es arenosa. Es allí donde se concentran los bañistas. En fin de semana, son muchos los cubanos que hasta Rancho Luna se desplazan a pasar el día. El bullicio de la zona es importante. Los bañistas se mezclan con numerosos puestos de venta de cervezas, ron dispensado, refrescos, pizzas, bocaditos, frituras y frutas.

Además de la zona más popular, la de la playa arenosa, si avanzamos por la costa hasta el este poco más de 500 metros, llegaremos tras un recodo a la playa del Hotel Rancho Luna, mucho menos concurrida. Este hotel, y también el hotel Faro Luna, más al oeste, cuentan con centro de buceo que permite realizar inmersiones en la zona. Quizás mañana bucee allí. Si esta noche no me excedo demasiado, claro.

El discreto encanto de Cienfuegos.


Con poco más de 100.000 habitantes y una organización en cuadrícula, siempre mirando a la bahía, Cienfuegos es un lugar sin duda apacible y acogedor. Su fundación y desarrollo ocurridos durante el siglo XIX, hacen que su interesante arquitectura colonial presente un buen estado de conservación. El parque José Martí es merecedor de una visita, asi como el impresionante Paseo del Prado, vial que con mas de 3 kilometros de largo, cruza toda la ciudad hasta llegar a Punta Gorda. En este lugar encontramos algunas de las casas coloniales mas bellas y mejor conservadas de toda Cuba.

La ciudad vive de cara a la Bahía de Cienfuegos, que pese a estar un tanto contaminada a causa de la industria pesada que ocupa parte de la misma, tiene un indudable encanto. La puesta de sol sobre la bahía vista desde alguna de las cafeterias del Malecón es un es un espectaculo espléndido. (Ver fotografía)

Sorprende la intensa vida nocturna de Cienfuegos. Locales como el Patio de Artex, la Casa de la Música o los Jardines de la Uneac - la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba -, todos junto a la bahía, son el centro de la animada noche cienfueguera. Una noche, que cuenta además con una peculiar fauna. Ademas de los cubanos y turistas, y una nutrida presencia de gays y travestis, encontramos una importante colonia de estudiantes lationamericanos. Cienfuegos acoge un programa educativo internacional, y es aquí donde se forman médicos de toda America Latina y el Caribe. Incluso de lugares como Canada o también españoles.

Anoche, la casualidad y la amabilidad de Juan Carlos, un estudiante chileno, hizo que me integrara en un grupo de estudiantes de este programa. Andaban celebrando su graduación. Compartí una larga noche de ron y baile con chicos y chicas de Argentina, Chile, Colombia, Canada, Guayana y Santo Domingo, además de algun que otro cubano amigo de ellos. Una noche divertida y culturalmente enriquecedora - la gente conversa mucho frente a una botella de ron - , que se prolongó hasta el amanecer, hora en que me retiré a la casa de Lucy.

La Habana y los jineteros.

Las previsiones se cumplieron. Hoy llegué a Cienfuegos. Antes, el siempre pintoresco paseo en la guagua 400 desde Guanabo hasta Centro Habana. Es admirable el optimismo del cobrador de estos autobuses que, pese a que parece humanamente imposible que una persona más pueda subir al vehículo, sigue animando a los acalorados y apretados viajeros. "A ver ese pasillo, caminen, que queda mucho espacio al fondo. Venga apúrense". Toda una experiencia viajar "a lo cubano". Da una idea de lo terrible del problema del transporte en este país.

Ya en La Habana, decido hacer un largo paseo de más de dos kilómetros desde el Capitolio y el Parque Central - donde me deja la 400 -, hasta la terminal de omnibus - autobuses interurbanos - que se encuentra junto a la imponente Plaza de La Revolución, escenario de los multitudinarios discursos del comandante en jefe.

La Habana es una ciudad impresionante. Es imprescindible visitarla al menos durante dos o tres días si uno viaja a Cuba por primera vez. Su ritmo frenético, sus olores y colores, sus gentes, su impresionante arquitectura son únicos en el mundo. Sin embargo, hay algo que impide disfrutar plenamente del ambiente de la ciudad: la legión de buscavidas que en ella operan.

Alguien con una mochila a la espalda, se convierte en objetivo de todos y cada uno de los buscavidas con que se cruza. También se les llama jineteros, lo que literalmente significa que "se suben a caballo de los turistas" para conseguir algo de ellos. Ese algo puede ser vender una caja de puros falsos, conseguir que les inviten a una cerveza, llevarlos a una casa de alquiler cobrando una comisión, venderles el culo de alguna amiga a la que chulean, o venderte su propio culo si se tercia. Si uno se encuentra con estos personajes por primera vez, puede ser interesante e incluso útil ya que pueden ser guías. Cuando has tratado con ellos varias veces, la cosa cambia.

Aunque con la experiencia uno sabe como quitarse de encima a estos moscones con cierta rapidez y sin dejar de esbozar una sonrisa, la verdad es que son capaces de romper, al menos en parte, la magia del paseo.

Al fin, llego a la estación de omnibus Astro, donde tras una larga espera - absolutamente para todo hay que hacer una larga espera en Cuba -, consigo salir para Cienfuegos, mi próximo destino.

29 julio 2005

Un día tranquilo en Guanabo.

El sol tropical tiene su peligro. Incluso para quienes estamos acostumbrados a las lídes marineras. El exceso de sol de ayer me ha obligado a adaptar las actividades del día a esta circunstancia. Hubo mar un día más, pero fue a eso de las 7 de la mañana. Ver amanecer en el Atlántico tropical, es toda una experiencia. Las playas de Guanabo, abarrotadas a partir de media mañana, presentan una actividad relajada con las primeras luces del día. Algunos pescadores, buscadores de objetos extraviados, cubanos que todavía andan alargando la noche, bañistas madrugadores... Mi paseo matinal ha finalizado con un baño en las transparentes y calmadas aguas junto al rio Guanabo, en el límite territorial de la población. El sol, poco antes de las 9 de la mañana, se hace notar ya.

Tras el baño, antes del desayuno en la casa, una visita al Mercado Agropecuario de Guanabo. Los agromercados forman parte de la vida diaria de cada población de Cuba. En ellos, se venden frutas, verduras y carnes a precios cubanos, en la moneda nacional cubana, los pesos. Hay que recordar que Cuba cuenta con una doble economía y doble moneda.
Me cuentan que los mercados andan un tanto desabastecidos tras el paso del huracán Dennis. Aun así es un espectáculo pasear por los puestos y tratar de identificar las frutas y verduras que allí se venden: papayas, mangos, plátanos, guayabas, cítricos, ají...

El resto del día transcurre a lo cubano. Con mucha tranquilidad. Ahora un paseo por la avenida 5a de Guanabo, un cafetito en el patio de la casa de Bartolomé y Mercedes, un nuevo bañito en la cercana playa, una escapada para comprar una "cajita" de comida en uno de los puestecitos cercanos...

Un día tranquilo en Guababo, víspera de una jornada mucho más activa. Mañana con las primeras luces, pretendo dejar Playas del Este, para dirigirme hacia La Habana primero y hacia la ciudad de Cienfuegos después. Un trayecto de algo menos de 300 kilómetros, que espero poder cubrir en autobús.

28 julio 2005

Las dos pasiones de Hemingway.


La población costera de Guanabo, al este de La Habana, es una zona privilegiada. Aquí, cubanos con cierta solvencia y extranjeros, pasan sus vacaciones en casas alquiladas o en habitaciones en casas particulares, junto a la playa. Guanabo no es un guetto turístico como Varadero, pero tampoco es la Cuba rural de las provincias orientales. Eso sí, sólo hace falta viajar algunos kilómetros hacia el interior a pequeños poblados como La Gallega donde estuve esta misma tarde, para que todo cambie.

Hoy pasé el día con mi amigo Regino en Marina Tarará donde él trabaja. Es un pequeño puerto deportivo integrado dentro del complejo Villa Tarará. Un extenso complejo que combina salud y turismo de una forma un tanto peculiar. Por una parte, turistas rusos, orientales y europeos, alquilan casas con ciertos lujos en la zona. Por otra parte, aquí se han tratado a los niños afectados por el accidente de Chernobyl, en Ucrania. Hoy el complejo, que vive momentos de cierta decadencia, se está reconvirtiendo en un lugar donde acude turismo de salud, fundamentalmente venido desde Venezuela.

En mi caso la jornada la dediqué al mar. Día de pesca de altura del marlin - el pez espada que venía a pescar Hemingway en estas mismas aguas desde su cercana casa de Cojimar - y buceo en la barrera de coral de Guanabo. Al final la jornada de pesca se saldó con una barracuda de unos 6 kilos - próximamente fotos -, que hubo que devolver al mar por el problema de la cicuatera, una toxina peligrosa para el ser humano que proviene de los corales y que afecta a los depredadores de arrecife coralino, como es el caso de la barracuda. Los marlins ni verlos.

La tarde transcurre tranquila. La comparto ya en Guanabo, con Leo. Un alemán que ocupa la otra habitación en alquiler de la casa de Bartolomé y Mercedes. Con cierta dificultad por nuestro inglés poco fluido, Leo y yo charlamos sobre viajes. El tipo, que es camionero, ha trabajado con diversas ongs en zonas tan complicadas como Bosnia, Haití o República Dominicana. Tan interesante conversación requería compartir una botella de ron cubano.

Interrumpo nuestra charla unos minutos para escribir estas líneas. Tras enviar este texto, retomaré la charla con Leo, mientras su apática y negrísima novia cubana, pese a mis esfuerzos por traducirle la conversación, seguirá aburriéndose soberanamente.

27 julio 2005

Un largo viaje.

Llegar a mi destino final en Cuba, supone más de veinte horas de viaje desde el momento en que salgo de casa hasta que por fin llego a destino. En ese tiempo, un rutinario viaje que consta de taxi hasta la estación de Castellón, tren hasta Madrid, metro hasta Barajas, larga espera en el aeropuerto, casi 10 horas de vuelo y finalmente un taxi cubano para recorrer los últimos 40 kilómetros que separan el aeropuerto de la ciudad de Guanabo.

Hasta la última hora de vuelo, la cosa carece de más interés que la lectura de la historia de la narcotraficante mexicana Teresa Mendoza contada magistralmente por Arturo Pérez-Reverte. En la última parte del vuelo, si llegamos de día, no hay que perderse el impresionante paisaje que se divisa desde el Boeing 767 de Air Europa. Primero la vista de las Bahamas. Después, territorio cubano. Primero el perfil inconfundible de Varadero, la Bahía de Matanzas y despúes el verde omnipresente de Cuba hasta llegar al aeropuerto de La Habana.

La llegada, tras el militarizado control de pasaportes, supone la siempre desagradable tarea de batallar con los taxistas que operan en la terminal internacional que, sabedores de su sitación de monopolio, tratan por todos los medios de estafar a los viajeros, aprovechando bien su cansancio, bien su inexperiencia en Cuba,o bien ambas cosas. Al final siempre lo consiguen para desgracia del visitante que es recibido en Cuba con una estafa.

Eso sí, tras el disgusto del taxi, que no por conocido resulta menos cabreante, acabo llegando a la casa de mis amigos Mercedes y Bartolomé en Guanabo. Visita obligada en todo viaje que realizo a Cuba. La conversación siempre enriquecedora de Bartolo y la excepcional cocina criolla de Mercedes, junto con un primer roncito con su vecino y amigo Regino, hacen que el balance de la agotadora jornada acabe por ser altamente positivo, como no podía ser de otro modo.

25 julio 2005

Pereza. O la capacidad de adaptación del ser humano.


Faltan unas horas para la partida. Hoy he dedicado el día a realizar algunas compras. La última Lonely Planet. Un antihistamínico contra posibles infecciones. Una novela, "La Reina del Sur" de Reverte, para amenizar las horas de viaje. Una pequeña libreta que será mi agenda de viaje. Hace unos minutos que cerré ya mi pequeña mochila. Primera ley del viajero: llevar poco equipaje.

Todo está a punto. Y es en este instante cuando me invade la ya conocida sensación de pereza. Es curioso. Cada vez que emprendo un viaje en solitario me ocurre lo mismo. No me apetece nada iniciarlo. Es demasiado cómodo el día a día como para complicarlo marchándome a pasar incomodidades.

Pereza. La misma pereza que sin duda, dentro de algunas semanas tendré cuando me disponga a iniciar el viaje de regreso a casa. Curiosa habilidad la del ser humano para adaptarse al entorno.

Hoy es mi última noche inmerso en la rutina diaria. Mi próximo artículo lo publicaré desde la casa de mis buenos amigos Bartolomé y Mercedes, en Guanabo. A unos 30 kilómetros al este de La Habana, será mi primera parada en territorio cubano. Y la única prevista con antelación.