Camagüey - 300.000 habitantes - ofrece al visitante desde el primer momento una sensación de prosperidad. Es una ciudad de amplias avenidas, grandes parques y jardines y edificios normalmente bien conservados. No en vano, esta fue una de las ciudades más prósperas de Cuba antes del triunfo de la revolución. Hoy es una ciudad que acoge muy poco turismo y la mayoría de este turismo viene de paso desde o hacia Santiago. Nada que ver con Trinidad.
Tras llegar a la terminal de omnibus, tuve que negociar el precio con uno de los numerosos
bicitaxis para que me llevara hasta la céntrica
casa de Alba Ferraz - Ramón Guerrero 106 / Popular 106 -, que alquila dos habitaciones a los turistas. Fueron 2 CUC por la carrera de unos 3 kilómetros, con cuestas incluidas. Pensé que el chaval iba a desmayarse del esfuerzo así que dupliqué la cifra a la llegada.
La
casa de Alba resultó ser una bellísima mansión colonial situada en pleno centro histórico de la ciudad, con un gran patio central interior. La señora tenía sus dos habitaciones ocupadas - el estado no permite que una casa alquile más de dos -, pero tuvo la amabilidad de instalarme en casa de una vecina suya, también con licencia de arrendador. Esta es una práctica habitual, que a aveces - no es el caso - puede encarecer el precio de la habitación ya que el primer arrendador exige una comisión al segundo, que acaba pagando el turista.
Tras instalarme, salgo a la calle bajo el tórrido sol del mediodía. El centro histórico de Camagüey sigue sugiriendo prosperidad, pero las calles se transforman. El centro es un laberinto de calles más o menos estrechas y de plazoletas, que suelen despistar al visitante. En el siglo XVI se disenyo asi la ciudad, para tratar de
despistar a los piratas en los múltiples ataques de aquella época.
Las plazas del Carmen, San Juan y del Gallo con sus respectivas iglesias restauradas con motivo de la visita de Juan Pablo II ; el parque Agramonte ; la bulliciosa Calle República, arteria principal de la localidad. Camagüey tiene muchos lugares que merecen una sosegada visita a pie.
Tras la vista por la ciudad, Camagüey me guarda todavía una agradable sorpresa, su Mercado Agropecuario Rio. Junto al rio Hatibonico - desgraciadamente sucio y abandonado -, encuentro el más animado mercado que ví en mis viajes por Cuba. Se trata de un gran recinto con cientos de puestos donde los vendedores tratan de atraer a los numerosos clientes con sus voces. Puestos de frutas
y verduras donde encontramos guayabas,
fruta bomba -papaya-, mangos,
toronjas - algo así como pomelos-
, limones, yuca, boniatos y un sinfín de productos del campo. Puestos de carniceros que venden
ovejo -cordero-,
puerco -cerdo- y casquería. Otros vendedores ofertan especias e incluso hierbas y frutos medicinales.
El mercado de Camagüey es una explosión de olores,
sonidos y colores que me abrumó. Desgraciadamente, el tiempo amenaza a lluvia y la falta de luz no permite hacer fotografías, así que me prometo volver por la mañana para visitarlo con más detenimiento.
Tras la visita al mercado, Camagüey todavía tiene más que ofrecerme. Comienza a llover. Y con la fina lluvia, y las calles casi vacías, la ciudad ofrece un nuevo colorido y ritmo. Sin importarme el agua, recorro de nuevo las principales plazas y calles de la ciudad. Despacio, muy despacio. Fascinante. Más aún todavía cuando justo al anochecer, la luz se va de algunos barrios del centro de la ciudad por culpa de uno de los habituales apagones y esta queda totalmente a oscuras.
Son característicos de Camagüey unos grandes tinajones de barro que antaño se utilizaban para almacenar agua en épocas de sequía. Pueden verse algunos instalados en plazas y parques. Dice la leyenda que todo aquel que
bebe agua de estos recipientes, queda atrapado por la ciudad, y ya no puede abandonarla nunca. Siento que algo así ha podido ocurrirme.
En este instante me arrepiento de haber comprado ya mi billete de autobús para partir mañana por la tarde hacia Santiago de Cuba. Me temo que me queda mucho por descubrir en esta ciudad.