16 agosto 2005

El final del viaje. ¿Soy un tipo con suerte?

Ha pasado media hora desde que el tren se paró en medio de ninguna parte. La tripulación y los viajeros de mi vagón conocen ya mi historia. Bromean y hacen chistes. Durante dos minutos mi pasmo es total. Pero enseguida me contagio de la santa paciencia de los cubanos, acostumbrados a estas lides. Charlando con un grupo de jóvenes del vagón, estamos ya cuadrando para quedar a cenar cuando se produce el milagro. El tren se estremece, da un tirón, se para, da dos tirones más y ¡se mueve! La locomotora vuelve a funcionar.

Llego a la céntrica estación La Coubre de La Habana con el tiempo justo de saltar corriendo del tren, dirigirme a la calle y parar un taxi de turismo con garantías de no averiarse. Los taxis particulares y los viejos Lada de Panataxi son mucho más económicos pero poco fiables mecánicamente. Tras una carrera, paro un Hyundai. "Al aeropuerto por 13 pesos, ¿está bien? ¿sí?. Vamos rápido, que estamos apurados". Falta menos de una hora para la salida del vuelo.

Llego casi a las nueve de la noche a la cola del mostrador de facturación. Si se tratara de otro aeropuerto, el vuelo estaría previsiblemente cerrado, pero en La Habana es habitual que el personal de tierra, que es cubano, se retrase en la facturación que se produce con una lentitud pasmosa. Una veintena de personas todavía no han embarcado. Mientras espero todavía llegan seis o siete viajeros más. No soy el único que tengo problemas con el transporte.Llega mi turno y antes de que se emita mi tarjeta de embarque, la supervisora anuncia "Se cerró el vuelo señores, no hay más plazas disponibles" . Hay overbooking. Increíble. Tanto correr para nada.

Pero mi suerte no me iba a abandonar tan fácilmente. Cuando ya estaba pensando qué hacer en La Habana una noche más, afortunadamente con desplazamiento y hotel pagado por Air Europa en esta ocasión, se produce un nuevo milagro. "Ah, queda una plaza más. ¿Quién ha sido el último en llegar antes del cierre?. El señor Enrique, ¿es usted?. Un momento que emitimos su tarjeta. Buen viaje, señor". Desde luego soy un tipo afortunado. Dejando los gritos de protesta de los viajeros afectados a mi espalda, pago el impuesto aeroportuario de 25 CUC y me dirijo al control de policía.

A las 23 de la noche, tras un largo retraso provocado por la demora en la llegada del catering, según anuncia la sobrecargo, el vuelo parte hacia Madrid. Estoy sucio y agotado. Me duermo inmediatamente y sueño con volver pronto a este fascinante país.

15 agosto 2005

El regular de La Habana.

En un país en que el transporte es uno de los problemas más significativos, los trenes se llevan la palma. Cualquier cubano sabe que los trenes son un medio de transporte muy poco fiable. Las cancelaciones son normales y los retrasos habituales. Los trenes nunca llegan a la hora. La mayoría de las máquinas son viejos cacharros con motor a gasoil que se averían contínuamente.

Hay tres tipos de trenes en Cuba. Los lecheros son los trenes de cercanías que realizan parada en todas y cada una de las estaciones. Los regulares son trenes que paran sólo en capitales y algunas estaciones importantes. Estos dos primeros tipos de tren son lentos, viejos y sin luz ni aire acondicionado en los vagones. Finalmente los especiales suelen ser trenes más rápidos, paran en más estaciones y funcionan mejor. Aunque en la práctica no siempre es así.

Mi tren sería un regular. De hecho sería en el regular que cubre el trayecto más largo existente: Santiago de Cuba - La Habana. En total, son 900 kilómetros de tren que se deberían cubrir en unas 15 horas. En realidad nadie asegura horarios de llegada en los trenes cubanos. Saldría a las 22.45 horas del sábado y llegaría a La Habana hacia las dos o las tres de la tarde. Teniendo en cuenta que mi vuelo salía a las 21.10, tenía un margen de unas cinco horas de retraso máximo.

A las 22.45 no partió el tren. Con la estación abarrotada de viajeros, se anunció una demora en la salida del mismo, pasando a las 00.45 de la noche. Santiago y Richard, seguían conmigo. "Si el tren no sale, yuma, nos vamos ahora mismo en el carro para La Habana. Manejamos toda la noche y ya". No hizo falta. A las doce y media de la noche la megafonía de la central anunció la salida del tren. Tuve que contener las lágrimas al despedirme de Santiago, y creo que a él le pasó lo mismo. "Nos vemos pronto, hermano. Cuídate." Abrazos. Sólo recordar el momento me emociona. Y luego hay quien no me cree cuando digo que dejé muy buenos amigos en este país.

Subimos al tren entre empujones, colas y en total oscuridad en medio de un calor infernal. El regular no tiene luz en los vagones. Ninguna luz más allá de las linternas de las ferromozas - azafatas -, por lo que hay que tener mucho cuidado con el equipaje y la cartera. Los robos son habituales en estos trenes. Los amigos de lo ajeno actúan aprovechando la oscuridad total. Afortunadamente, mi compañero de butaca resulta ser compañera, una muchacha joven y un tanto reservada que adivino es bonita. No lo pude confirmar hasta el amanecer. La confianza en la persona me permitió dormitar, eso sí, agarrado a mi bolso con el dinero, pasaporte y cámara de fotos.

Con las primeras luces y tras varias paradas menores, llegamos a Las Tunas. Allí, como en todas las estaciones importantes que vendrían, docenas de vendedores ambulantes venden a través de las ventanillas y dentro de los vagones, refrescos, bocaditos y chupa-chupa. Hay que andarse con ojo con los que suben al tren. En muchas ocasiones se trata de ladrones que se llevan el equipaje de los turistas que duermen. La cosa tiene su emoción.

Tras Las Tunas y tras varias preocupantes paradas injustificadas del tren por problemas técnicos, vendría Camagüey hacia las 9 y media de la mañana. Hacia el mediodía, con un calor asfixiante, llegamos a Ciego de Ávila y más tarde a Santi Spiritus. Me dirijo al personal del tren y tras varias consultas, me dicen que llegaremos a La Habana hacia las ocho de la tarde. Salta la alarma. ¡No voy a llegar a tiempo! A partir de ese momento, mis consultas con la tripulación - a quienes les explico mi conexión aérea - son frecuentes. La idea es dejar el tren para tratar de conseguir un taxi o carro particular en las estaciones de Villa Clara o Matanzas, según el retraso acumulado. Por primera vez en todo mi viaje, estoy pendiente de horarios y de prisas.

La llegada a Santa Clara se produce hacia las tres y media de la tarde. No vamos mal. La ferromoza me cuenta que quedan dos horas hasta Matanzas. "¿Seguro que solo dos horas?" "Sí, no más de dos horas". Se equivocaba una vez más. En realidad fueron casi tres horas. Llegamos a Matanzas, a 105 kilómetros de La Habana hacia las cinco y media. De nuevo me dirijo a la tripulación y hay consenso. Con toda seguridad llegaremos a destino en dos horas máximo. Decido no bajar en Matanzas y arriesgarme. Hay un margen razonable y aunque se retrase el tren un poco más, llego a destino con el tiempo justo de coger un taxi, cruzar La Habana y llegar al aeropuerto antes del cierre del vuelo. Un poco justo pero admisible.

Sin embargo, la última parte del trayecto tenía sorpresas. Al poco de salir de Matanzas y sin motivo aparente, el tren se detiene. De la nada surge un batallón de vendedores ambulantes que a través de las ventanillas venden de todo a los viajeros. Las voces de los vendedores suenan por todas partes "¡El bocatido de queso!", "Refresquito de naranja", "Juguito de mango", "Pan caliente", "Chupa chupa"... No salgo de mi asombro. Durante más de media hora, el tren permanece detenido mientras la legión de vendedores agota sus existencias. Sólo se me ocurre pensar que estos vendedores tienen acordado con el maquinista esta parada a cambio de un pago. No tiene más explicación. El tren acumula más retraso.

Pasadas las siete de la tarde, estamos a unos 30 kilómetros de La Habana. Vamos bien. Llegaré a tiempo. Cruzando un enorme prado con vacas a uno y otro lado del tren y mientras fumo cigarrillos negros Popular sin filtro de a 7 pesos, noto como el tren comienza a aminorar su velocidad hasta que se detiene totalmente. Pasan cinco, diez, quince minutos. La locomotora se humea en un par de ocasiones, pero se vuelve a apagar inmediatamente. El tren no se mueve. "Ay mamita, se ponchó la maquina", se oye decir en los vagones. No me lo puedo creer. Estamos en medio de la nada, no hay una carretera cercana y se estropeó la máquina. La tripulación me lo confirma: Se averió. "¿Y ahora?", pregunto. "Hay que esperar a que llegue una nueva máquina desde La Habana. Se demorará dos o tres horas. Creo señor que se queda usted en Cuba hoy". Se jodió el invento.

14 agosto 2005

La fiesta de despedida en la Casa de la Trova.

Finalmente pude comprar mi pasaje para el tren regular que hoy me llevaría a través de todo el país para llegar finalmente a La Habana, para desde allí coger ya el avión de regreso a España. Llegó la hora de las despedidas.

A mediodía, tras mi habitual visita al Hotel Libertad para escribir unas líneas para este blog, me reuno con Santiago, Richard, su yerno y Alejandro. Sin premeditación alguna, comenzamos tomando unas Bucanero fría en la Casa del Habano junto a otros amigos del grupo. Hablamos de todo, como suele ser habitual en estos casos. También de mi inminente partida en el regular. Uno de los amigos de Santiago me comenta que acababa de llegar en este tren desde Camagüey y que el retraso ha sido de más de 15 horas. Temo lo peor, pero mejor no pensar en eso.

Las cervezas van cayendo y luego pasamos al ron, ya en la calle Heredia. Primero en el patio de Artex, que es una extraña combinación entre tienda de souvenirs y patio musical que existe en todas las ciudades. Y después, la Casa de la Trova, lugar donde sin haberlo premeditado, celebraremos mi despedida. No se me ocurre mejor lugar para hacerlo.

Cuando llegamos el ambiente era intimista. El hermano de Elíades Ochoa, armado con un tres - guitarra de seis cuerdas cubana -, interpretaba canciones en una de las mesas con un grupo de cubanos y algunos turistas. Nosotros en la mesa contígua bebíamos, charlábamos y reíamos, un tanto ajenos a las interpretaciones musicales.

A las cinco comenzó una actuación, la del Duo Cohiba. Una formación compuesta por un cantante y maracas, un guitarra y un percusionista que les acompañaba para la ocasión. Clásicos de la canción tradicional cubana como "Sabroso", "Son de la loma", "Guantanamera" o "Hasta siempre comandante", comenzaron a sonar. El ron seguía fluyendo, y sin duda bajo su influencia, Santiago decidió que debíamos unirnos a la fiesta. Así que ni corto ni perezoso, agarró unas claves - instrumento de percusión - y se sentó junto los músicos.

Al poco rato los músicos compartían nuestras botellas de ron Cubay. Yo me esforzaba por seguir a los músicos con la clave sin perder el ritmo mientras todos cantábamos junto a los músicos. Santiago, ya lanzado, ejerció de maestro de ceremonias, anunciando los temas a interpretar e incluso dedicándome una emocionada despedida que fue aplaudida por el grupo de turistas alemanes que estaban al fondo del local, y que creo que no se enteraron de mucho.


Así discurrió mi último día en Santiago de Cuba. Hacia las ocho de la tarde, con paso titubeante, me dirigí calle Heredia arriba, luego hacia la Plaza de los Dolores y finalmente por Aguilera hasta llegar a la casa. Era la hora de cerrar el equipaje y dirigirme a la terminal ferroviaria. El tren me esperaba.

13 agosto 2005

La capacidad de adaptación del ser humano. Otra vez...

Esta noche me espera el tren, si no hay cancelaciones - el 20% de trenes se cancelan en Cuba, confío en mi suerte -. Viajaré durante unas 14 horas o más a lo largo de todo el país hasta llegar previsiblemente a partir de las dos de la tarde hasta La Habana. Desde ahí, un par de horas o tres visitando la ciudad con la mochila a cuestas, para hacia las 19 horas estar en el aeropuerto y pasar otra noche viajando hasta llegar a Madrid. En total serán unas 40 horas de viaje desde Santiago de Cuba hasta Castellón, mi destino final. Un largo viaje de regreso.

Estaba recordando las sensaciones que me invadían apenas 24 horas antes de iniciar mi viaje. No tenía ningunas ganas de iniciarlo. Sentía auténtica pereza. Sin duda se debe a la capacidad innata de adaptación del ser humano. Estamos bien allá donde estamos y sentimos cierta inquietud ante la perspectiva de un cambio radical en nuestra manera de vivir. Debe ser eso.

Hoy, de hecho desde hace un par de días, siento la misma sensación que hace ahora tres semanas. No tengo ningún deseo de iniciar el viaje de retorno. Siento auténtica pereza. Y tristeza. Siento tristeza por dejar este país, a esta gente, este clima, esta comida, esta música, estos olores, esta manera de hablar, este ritmo de vida. Es todo tan distinto.

Y sin duda como mi destino es de sobra conocido, necesitaré muy poco tiempo para adaptarme de nuevo a esa otra manera de vivir. Eso sí, sacrifiqué una semana de estancia en Cuba para tener una semana más de vacaciones en España, antes de volver al ritmo de vida que nuestra sociedad impone. Pasar un mes viviendo a ritmo cubano y volver inmediatamente al ritmo europeo es imposible y deprimente. Así que lo tomaré con calma.

Libros, libros, libros.

A Teresa Mendoza, la Reina del Sur, la dejé en Camagüey. En realidad terminé de leer la novela de Pérez-Reverte camino de Cienfuegos, pero hasta Camagüey no encontré a la persona adecuada para regalarle el libro. Es contradictorio, en Cuba existe un eficaz sistema educativo gratuito y buena parte de los cubanos tienen formación universitaria. Sin embargo, en la mayoría de las casas no hay libros. Y no es una cuestión económica ya que un libro en una librería estatal, viene a costar lo mismo que una pizza de jamón y queso en la calle, unos 10 pesos cubanos. En Cuba se ve mucho la televisión, todo el mundo escucha música, pero conocí a poca gente que leyera libros. Resulta pues contradictorio, especialmente si tenemos en cuenta que en Cuba todo el mundo tiene mucho tiempo libre. Incluso las personas que trabajan, suelen hacerlo tan solo tres o cuatro días a la semana. Y normalmente solo medio día.

Sin embargo, en Cuba existen buenos escritores, no hay duda. En una librería de la calle República de Camagüey, donde se quedó la novela de Pérez-Reverte, Zulema me descubrió algunos de los narradores contemporáneos cubanos. Bien asesorado, compré allí dos novelas. "Allegro de habaneras" de Humberto Arenal y "Sentada sobre el verde limón" de Marcial Gala.

La primera sin ser una gran novela, me resultó interesante, ya que narra las relaciones entre las mujeres cubanas y los turistas de una forma entretenida y reveladora. Habla de amor, pero también de jineterismo, al tiempo que revela al lector cuan diferentes tipos de personas conviven en la sociedad de Cuba. La novela de Marcial Gala, es harina de otro costal. Con estilo narrativo repleto de fuerza y mala uva, cuenta la atormentada vida de cuatro personajes con una personalidad arrolladora. Harris, el viejo saxofonista alcohólico; Kirenia, la novia de 18 años de Harris y lesbiana; Ricardo, el pintor rastafari que pasa el día entre alcohol y marihuana; y Liset, la hija de Harris, jinetera y amante ocasional de Ricardo y Kirenia. Una novela arrolladora, intimista, terrorífica. Apasionante.

Ayer bajé a la librería que hay en la calle Aguilera, muy cerca del apartamento de Santiago y Carmen, con la esperanza de encontrar alguna novela más de Marcial Gala. La apática mujer que me atendió, ni conocía a este autor, ni sabía distinguir un autor cubano de un autor norteamericano, así que decidí explorar por mí mismo los escasos volúmenes disponibles en el local. Al final me llevé "Caniquí" de José Antonio Ramos, una novela ambientada en la Cuba azucarera y esclavista del siglo XIX. Esta novela me la recomendó Zulema en Camagüey, pero no la compré allí. También compré dos libros de relatos cortos de un autor santiaguero y de otro holguinero. Todo por 38 pesos cubanos, menos de 1,50 euros. Una ganga. La dependienta solo sonrió cuando dejé 12 pesos de propina. No por ganas, sino por no tener cambio.

En parte por la proximidad del final del viaje, en parte por no haber podido salir de Santiago en el momento en que pensé en hacerlo, estos últimos días me hallo sumergido en la lectura de literatura cubana. Mi amigo Santiago anda preocupado "¿Qué pinga hace un español jodedor como tú leyendo un libro tras otro?".

12 agosto 2005

Los quince de Diana.

Para toda mujer cubana, su fiesta de los quince es junto con el matrimonio, la fiesta social más importante de toda su vida. Los quince son además muy especiales, ya que con seguridad se celebrarán tan sólo una vez en la vida. En Cuba es habitual que el matrimonio se celebre en más de una ocasión.

En casa de Santiago y Carmen andan atareados hace varios días con los preparativos de los quince de Diana, su hija menor que se celebrará el próximo 19 de agosto.

Una buena fiesta de los quince es complicada y cara de organizar. Los quince de Blanca, la hermana mayor de Diana, costaron cerca de 1000 dólares .Una cifra prohibitiva para la mayoría de familias cubanas.

Los quince de Diana serán más austeros. Me cuenta Santiago que los tiempos andan duros, los precios caros y los suministros escasos. "Se hará lo que se pueda, Compay".

Unos quince al uso, tienen que contar con un caro book fotográfico realizado por un fotógrafo de prestigio, ya que estas fotos se enseñarán durante toda la vida a los visitantes de la casa. Hay que hacer un vídeo del acontecimiento. Hay que comprar un bonito vestido para la niña, y unos buenos zapatos. Y maquillarla y peinarla como una reina. Es su presentación en sociedad. Y hay que alquilar un equipo de música, y buscar un lugar donde celebrar la fiesta. En una casa grande de una amistad o en un restaurante o un hotel. Opciones caras estas últimas. Y lo más importante, hay que organizar comida y bebida para todos los asistentes. Porque en una fiesta que se precie todos deben comer y beber hasta saciarse.

A los quince de Diana acudirán más de cien invitados en total. Contando a familiares, compañeros de colegio, amigos y vecinos. Mucha gente y mucho que organizar. La fiesta se celebrará en casa de una amistad, la cosa no está para alquilar un local.

Chago y Carmen andan estos días con los preparativos. Carmen no sabe si hacer ella misma las ensaladas frías o cuadrar con una mujer que se las da hechas por 18 pesos la libra. Anda echando cuentas a ver que le conviene más. Chago anda peleando con unos tipos que le pueden alquilar un equìpo de música a buen precio, aunque no acaba de cuadrar con ellos. Y anda complicado con un negro que le ofrece la cerveza de pipa - al mayor - a buen precio.

Hoy me han entregado la invitación para la fiesta. Desgraciadamente no estaré en Cuba en esta fecha. Aunque seguro que en mi próxima visita a la casa, Diana me mostrará las fotos y el vídeo de sus quince y será, casi, como si hubiese estado allí.

Atardecer en Santiago de Cuba

Del abrasador sol tropical, a esta hora de la tarde, sólo queda un resplandor rojizo que se refleja con mil matices cálidos en las nubes que se divisan a lo lejos, al otro lado de la bahía. Se adivina la esfera roja, ya baja, tras una gran masa de nubes grises y compactas que adivino están descargando agua sobre la Sierra Maestra. Más cerca las siempre tranquilas aguas interiores, grises como casi siempre y apenas alterada su superficie por la influencia de la suave brisa.

Y ya en esta ribera de la Bahía de Santiago de Cuba, la ciudad se muestra al atardecer en todo su esplendor. Predominan los colores ocres de los inmaculados techos de tejas de barro alternados con techos ruinosos de oxidadas placas metálicas. El ocre se mezcla con el omnipresente verde de Cuba. Aquí y allá manchas verdes salpican el paisaje urbano de la capital del oriente. Algunas de las casas tienen en sus patios interiores, grandes árboles que emergen altaneros entre los ocres techos. Islas verdes en un mar de cemento, barro y metal.

Un perro callejero ladra. Una orquesta de salsa hace sonar su música, probablemente en la cercana calle Heredia, cuna de la música tradicional cubana. Un tipo negro proclama a los cuatro vientos su condición de vendedor de yuca mientras avanza con pesados andares por la empinada calle que viene de la orilla. Su voz se mezcla con la del niño que juega en una terraza cercana.

Santiago de Cuba es música, es sonido, es aromas, es gentío.

La brisa del oeste aumenta su intensidad. Llovió ya en la sierra. Lloverá pronto aquí.

Cae la noche en Santiago.

11 agosto 2005

El viajero propone...

Viajar sin más planificación previa que tener una fecha de vuelta a casa - deber obliga -, es la mejor manera de disfrutar de la libertad del viajero. Cuando llego a una nueva ciudad, nunca sé con exactitud cuando decidiré dejarla.

Hoy, después de una semana en Santiago de Cuba, he sentido que había llegado el momento de partir. Consciente de la inminente finalización de mi viaje, he pensado que sería una buena idea pasar mis dos o tres últimos días en Cuba, en uno de los lugares más fascinantes y auténticos del país, la Isla de la Juventud.

La única forma de hacerlo con tan poco tiempo disponible, es viajar en avión. Un vuelo de Santiago a la Habana mañana por la mañana, y allí un nuevo vuelo de Habana a Nueva Gerona, capital de la Isla de la Juventud.

Tras visitar las oficinas de Cubana de Aviación y de Aerocaribbean, las dos compañías aéreas regionales que operan en Santiago de Cuba, descubro que no hay posibilidad alguna de encontrar un pasaje en los vuelos pretendidos. El viajero propone y las compañías de transporte disponen. En realidad el problema es aún mayor. No hay vuelos disponibles desde Santiago hasta La Habana en los próximos días, por lo que no podré utilizar este medio de transporte para llegar a tiempo a mi vuelo intercontinental, que sale a las nueve de la noche del domingo 14.

Descartada la opción de viajar hasta la Isla de la Juventud, mi preocupación es como recorrer los 900 kilómetros que me separan del aeropuerto de salida. Viazul es siempre una opción, pero no me resulta sugerente la idea de viajar durante 12 horas en una de estas aburridas guaguas para turistas. Tras no pocas averiguaciones, descubro que hay un tren que parte desde Santiago el sábado por la noche a las 23 horas y que tiene prevista su llegada hacia las dos de la tarde del domingo. Quince largas horas, noche incluida en un poco fiable tren cubano. Prometedor, arriesgado y muy auténtico.

Mañana a las 8.30 de la mañana debo estar en la cola del Centro Único de Reservaciones para comprar el billete. Si llego tarde, puede que se haya vendido ya. Me arriesgaré. Un toque de emoción en la recta final de mi viaje.

10 agosto 2005

Pescando chernas en Los Pinos.

Me cuenta Chago que una vez alguien escribió en internet una frase sobre su persona. Decía algo así como "Si quiere conocer Cuba, tiene que conocer Santiago de Cuba. Y si quiere conocer Santiago de Cuba, tiene que conocer a Santiago Vallina". Y cuanta razón tenía.

Santiago conoce su ciudad como nadie. Conoce todo y a todos. "Chago, ¿tú conoces a algún buzo con el que pueda salir a hacer pesca submarina?". "Por supuesto. Mira, vamos con el tur a Playa Siboney a ver si podemos cuadrar con Israel, que el tipo es como un pez bajo el agua". Y lo hicimos.

Hoy muy temprano, después de haber cuadrado ayer con Israel, hemos recogido al buzo en su humilde casa de Siboney, en la playa. Él ha conseguido para mí unas destartaladas patas de rana - aletas - y un cinturón de plomos. Fusil de pesca solo hay uno, un 65 cm de aitre comprimido que parece estar en buen estado. Lo compartiremos.

Nos desplazamos en el carro tras almorzar en playa Siboney un bocadito de macho y un refresco, hacia el oeste siguiendo la costa. Más allá de Playa Larga. Tras cruzar un puesto fronterizo - hay una base naval cerca - y pedir autorización a los militares para pescar en la zona, llegamos a una solitaria costa rocosa llamada Los Pinos, dentro de los límites del inmenso Parque Baconao.

En Los Pinos desplegamos todo el equipo de Israel - nada que ver con los modernos equipos de pesca que uso en España -. Me equipo con mi máscara, el cinto de plomos y las patas de rana destartaladas. Nadamos contra el oleaje unos 500 metros hasta alcanzar un fondo coralino de unos 20 metros de profundidad. Hemos pactado que él pescará primero a esa profundidad y posteriormente saldremos hacia la costa para que pueda hacerlo yo a unos 6-8 metros. No puedo pescar a tanta profundidad como Israel.

Me cuenta Israel que en el lugar donde estamos hay un agujero donde hace tres días pescó una inmensa cherna y una langosta. Lo hemos encontrado, veinte metros más abajo. Israel se concentra, respira y desciende hacia el fondo con una gracilidad y técnica increibles. El tipo tiene una exquisita y depurada técnica de pesca a la caída asombrosa. Desciende casi sin mover un músculo, controlando la dirección y velocidad de la caída con sutiles movimientos de las aletas. Llega a la cueva, mira y dispara. Inmediatamente aparece una cherna - mero - de unos tres kilos que Israel agarra y sube hacia la superficie sin darle tiempo a enrocarse. Increíble.

Fueron cuatro largas y agotadoras horas de pesca en aguas caribeñas. Israel pescó dos grandes chernas, una barracuda, un limón y un puñado de peces loro. Yo me tuve que conformar con la captura de un pez loro guacamayo, tras varios intentos fallidos de dominar la técnica de la caída con tan rústico equipo.

Una jornada inolvidable que termina hacia las 5 de la tarde con la llegada a la casa. Chago y yo hemos negociado con Israel que nos quedaremos las chernas y el pez limón a cambio de unos pocos pesos. Invertimos el resto de la tarde en cocinar el pescado. Chago preparará una de las chernas asada y yo prepararé con las dos inmensas cabezas de cherna, una sopa medio española medio cubana.

Chago, Franco, su novia y yo disfrutamos por la noche de una cena marinera exquisita, regada con una botella de ron que nos tuvo de conversación hasta la madrugada. Un buen día, sin duda.

Un día de playa.

Dejé a propósito mi obligada visita a Santiago de Cuba para la última etapa de mi viaje. Sabía que una vez en la capital del oriente cubano, me sería muy difícil abandonarla. Los santiagueros son sin duda, junto a los pineros - Isla Juventud -, la gente más hospitalaria de Cuba. Y esto es decir mucho. Y entre todos los santiagueros, Santiago Vallina y su familia destacan por su hospitalidad. Desde el momento en que un turista entra en su casa, ellos hacen que se sienta un miembro más de su familia. Se cuenta con el visitante - en este caso conmigo - para todo. Y eso en casa de Santiago, es mucho.

Ayer por supuesto, acompañé a la familia a la fiesta de cumpleaños de Alejandro, un vecino. Esta vez, la fiesta sería en una playa solitaria. Una veintena de invitados entre familiares, vecinos, amigos y algún turista como yo, nos desplazamos hasta El Caletoncito, a unos 40 kilómetros al este de Santiago de Cuba.

Llegamos hasta allá en un Peugeot 206 que alquilé. Nada más llegar, me presentan a Alejandro quien junto con su familia me acoge inmediatamente y sin reservas. Así son los santiagueros.

Alejandro obsequia a los invitados con un ovejo - cordero - que se mata, despieza y se guisa en la misma playa. Como es costumbre, todos los invitados aportan algo a la fiesta, siempre según sus posibilidades. En mi caso aporté una caja de cervezas nacionales - 10 CUC - y dos botellas de ron Cubay - 2,5 CUC cada una -.

El savoir vivre de los cubanos se manifiesta ante mis ojos una vez más. Comida, música, baile, gritos y risas, baño en las aguas de la cala, y sobre todo ríos de ron Cubay y cerveza de a 10 pesos que todos, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes,consumen durante toda la jornada hasta la puesta de sol.

Tras tomarnos varios tragos, charlaba yo con mi nuevo amigo Franco el italiano, que por allí andaba con Karina, su chica cubana. "Sabes Franco, cuantos turistas comemierda que andan estos días por Varadero pagarían cientos de dólares por poder vivir un momento tan intensamente cubano como éste?". Franco asintió. Esto no tiene precio.

09 agosto 2005

Otros lugares de interés de Santiago de Cuba.

Además del centro histórico, la ciudad de Santiago tiene otros muchos lugares que merece la pena volver a visitar - ya estuve en Santiago el año pasado coincidiendo con los Carnavales -. Eso sí, es conveniente disponer de un vehículo de alquiler, cosa nada fácil en Santiago de Cuba en temporada alta, si no queremos gastar una fortuna en taxis.

A unos 10 kilómetros del centro, en la punta este de la boca de la inmensa Bahía de Santiago de Cuba, se alza imponente el Castillo de San Pedro del Morro. Se trata de una fortaleza militar construida en el siglo XVII que está declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, al igual que el centro histórico de Trinidad, su valle de los ingenios y el Malecón de La Habana.

Este impresionante edificio merece sin duda una visita. Además de difrutar de una espectaculares vistas y de una arquitectura interesante, conoceremos más sobre la apasionante historia de la piratería del Caribe, inspiradora de tantas novelas y películas. Aquí sabremos más sobre los corsarios, bucaneros, filibusteros y piratas. Muy instructivo e interesante.

Ya que andaba yo con el coche alquilado, en compañía como no de Chago, nos dirigimos de nuevo hacia la ciudad. Al noreste avanzando por la Avenida Jesús Menendez que discurre paralela a la bahía, llegamos al Cementerio Santa Ifigenia. Sin ser este camposanto tan impresionante como el Cementerio Cristobal Colón de La Habana, sí merece una detenida visita. Como aliciente, el cambio de la guardia de honor al estilo británico, frente al impresionante mausoleo de José Martí, héroe de la independencia cubana e inspirador de la revolución comunista.

Desde el cementerio, desplazándonos en coche en dirección oeste, visitamos una vez más la impresionante Plaza de la Revolución Antonio Maceo. En este impresionante espacio abierto, pensado para realizar actos multitudinarios al igual que la Plaza de la Revolución de La Habana, destaca una impresionante escultura ecuestre en bronce del general Antonio Maceo, militar de la guerra de la independencia cubano - hispano - norteamericana.

El centro histórico de Santiago de Cuba

Santiago de Cuba es la segunda ciudad del país en cuanto a tamaño y en cuanto a importancia. Con cerca de medio millón de habitantes es, sin embargo una ciudad mucho menos ajetreada que La Habana. El problema del transporte se hace sentir en Santiago. Por ello en las calles se ven menos automóviles, muchas motos y sin embargo pocas bicicletas ya que las empinadas calles santiagueras no son adecuadas para ellas.

Ayer dediqué la mañana a visitar el centro histórico de la ciudad. Pese a que Santiago ocupa una gran extensión, la mayor parte de los lugares de interés histórico se encuentran en una zona muy pequeña y apta para un paseo a pie.

Comencé el paseo por el Parque Céspedes, presidido por la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, el ayuntamiento de estilo colonial y la casa de Diego Velázquez, primer gobernador de Cuba, ahora convertida en un interesante museo.

Si avanzamos hacia el este tomando la calle Heredia, estaremos paseando por la calle donde se concentra la intensa actividad musical de Santiago de Cuba. Uno de los primeros edificios que encontraremos, será la Casa de La Trova, cuna del son cubano. En este lugar a mediodía y por la noche, se pueden ver los mejores intérpretes santiagueros de música tradicional cubana. Entre ellos, el trompetista Inaudi Paisán es uno de los habituales.

Dejé la calle Heredia a la altura de la Plaza de los Dolores. Una agradable plaza con mucha vegetación y sombra, que siempre está repleta de músicos ambulantes, turistas y jineteros a la caza del peso convertible. Si tenemos cierta habilidad para cortar a los jineteros que insistentemente nos reclamarán su atención - "Eh, España." "du yu uant cohiba" "de donde es usted?"- seremos capaces de disfrutar del lugar. Hace falta cierta habilidad.

Desde la Plaza de los Dolores, vale la pena visitar la animada calle Aguilera. En el número 563, apartamento 2, mi buen amigo Santiago y su mujer Carmen, alquilan a lus turistas una agradable habitación. Allí me alojo desde hoy. Tras el paseo por Aguilera, desembocaremos en la Plaza de Marte, una gran plaza en la que casi siempre podremos ver espontáneas manifestaciones artísticas - baile, música, cantos -. Es un buen lugar para retomar el aliento comprando un helado por 1 peso cubano en la plaza, antes de seguir en dirección al reparto Sueños - una de las más animadas zonas durante el carnaval -, para encontrarnos con el complejo del Cuartel Moncada. El 26 de julio de 1953, a las 5 de la madrugada, un jovencísimo Fidel Castro al frente de un centenar de guerrilleros, protagonizó un intento de asalto a este enclave militar. El intento de asalto fracasó y Fidel fue enviado al Presidio Modelo de la Isla de la Juventud, pero sigue recordándose hoy como la fecha en que oficialmente comenzó la revolusión cubana.

Tras una mañana dedicada a revisitar los lugares de interés histórico de la ciudad, la tarde tuvo un cariz radicalmente distinto. Santiago, su amigo Richard y el cuñado de éste, salimos a tomar. Comenzamos a primera hora de la tarde con unas cervezas en la Casa de la Trova y acabamos de madrugada en la terraza del Hotel Las Américas donde por cierto, en plena efervescencia cervecera, aparece Pepe, un tipo de mi ciudad. Pequeño es el mundo.

No recuerdo haber bebido nunca tantas cervezas en un solo día. Bueno sí... fue el año pasado durante los Carnavales de Santiago de Cuba, y por cierto acompañado de la misma gente.

07 agosto 2005

El cumpleaños de Richard. Una fiesta a lo cubano.


Con las últimas luces del día, me incorporo a la fiesta de cumpleaños de Richard, el mejor amigo de Santiago "Chago". La fiesta se está ya celebrando a esas horas en la casa de él, en la terraza superior de la casa, donde se disfruta de una interesante vista de la Plaza de Marte y de la Bahía de Santiago.

Richard y su mujer Yanilet - 23 años felizmente casados, todo un record en Cuba -, han trabajado todo el día para agasajar a los invitados. En toda celebración en Cuba y más en Santiago - con su legendaria hospitalidad -, no puede faltar comida. Han preparado pierna de macho - cerdo -, tamal frito - pasta de maíz - y chicharrones.

Los invitados van llegando. Muchos de ellos - como un servidor - traen alguna que otra botella de ron. Otros no traen nada. No importa. En una fiesta a lo cubano, cada cual aporta lo que sus recursos le permiten. Se comprende.

Asisten familiares, vecinos, amigos y algún que otro turista como yo. Todos comen, beben y conversan sobre todos los temas imaginables; las dificultades de la vida diaria en Cuba, los turistas, la amistad, y como no... las mujeres. Un hermano de Richard, que trabaja como barman, me da su secreto para el mojito. Franco, un italiano bajito y con hablares de mafioso siciliano que anda con una lindísima mulatita, - y que el tiempo me demostrará que es un excelente tipo pese a la primera impresión- me muestra en su teléfono móvil una colección de fotos de mulatas. Me ofrece el teléfono de la que prefiera. "Te puedo dar el de todas menos de esta que es mi novia". No gracias. Otro Richard - el yerno del anfitrión - me pone al día de las últimas novedades de la música cubana. Sabe que eso me interesa. "Los Van Van sacaron nuevo disco, está riquísimo" "Oye, y lo último de Candymán está rico, rico, rico". Vete grabándome unos cuantos cidís, compañero.

Y mientras tanto las botellas de ron Cubay van cayendo una tras otra. Fueron 16 botellas en total. Creo que salimos a una por persona. Mis habilidades como cantinero son apreciadas y requeridas. Un generoso chorro de ron, un poquito de hielo picado con un destornillador, refresco de cola y unas gotas generosas de limón criollo exprimido. Un perfecto Cubalibre, compay.

Hacia la medianoche la fiesta ha alcanzado su máximo apogeo. En el estéreo suenan alternativamente salsa, reggaeton y canciones lentas. Todo el mundo baila ya. Hombres, mujeres y niños. Jóvenes y ancianos. Me siento cansado tras el trajín de los últimos días y por el efecto de la docena de cubalibres que tomé. Demasiados. Discretamente me retiro a mi cuarto a descansar, mientras arriba sigue sonando la música.

Los cubanos saben como divertirse. Haya plata o no lo haya.

El parque Baconao y playa Siboney.

El parque Baconao se encuentra al este de Santiago de Cuba, ocupando una extensión de 800 kilómetros cuadrados, que han sido declarados reserva de la biosfera por la Unesco. Es un paraje natural de gran belleza, que cuenta además con algunas playas e instalaciones dedicadas al turismo.

Hoy visité la zona en compañía de mi amigo Santiago, su mujer Carmen y su hija Diana, aprovechando el carro rentado por unos turistas holandeses. Patricio, que así se llama el holandés, me contó un interesante proyecto que está desarrollando dentro del marco de un instituto de cooperación internacional holandés, dedicado a defender los derechos de las mujeres en la zona fronteriza de Ciudad Juárez, en México. Al conocer mi trabajo en medios de comunícación, tiene la esperaza que pueda ayudarle a denunciar la dificil situación de la mujer en esta zona. Le prometí ayudarle.

Visitamos El Porvenir, un complejo de ocio instalado en el corazón del Parque Baconao. El Porvenir consta de una piscina alimentada por las aguas de un rio. Allí disfrutamos de la piscina de aguas enverdecidas por la proliferación de algas - habitual en las piscinas cubanas -, de una buena conversación, unas cuantas cervezas fuertes Bucanero y de un buen almuerzo compuesto por ensalada y bisté de puerco. El complejo estaba abarrotado de gentes. No en vano era sábado y además en pleno agosto, tiempo de vacaciones también en Cuba.

Tras la visita a El Porvenir, una rápida escapada a la cercana Playa Siboney, que también pertenece a Baconao. Pese a lo avanzado de la hora, más de las seis de la tarde, cientos de santiagueros y muchos turistas, difrutaban aún de la animada playa. Me llamó la atención el importante operativo dispuesto por la Policía Nacional Revolucionaria - una docena de agentes - para la organización de la cola de la guagua a Santiago. Este dispositivo, que no existe en otras playas como la de Cienfuegos, viene a confirmar que Santiago de Cuba tiene cierto peligro. Los robos son frecuentes en esta playa, por lo que no se recomienda llevar más que lo imprescindible, un short - bañador -.

Sin embargo, el verdadero atractivo del Parque Baconao, no se encuentra en sus playas - que no son de las mejores de Cuba -, ni en sus múltiples instalaciones turísticas y de ocio. El verdadero atractivo de esta zona se encuentra en su impresionante naturaleza salvaje. Los bosques, montañas y valles invitan a realizar trekking en ellos, aunque el axfisiante calor santiaguero en esta época del año, hace que esta actividad sea solo apta para verdaderos valientes.

06 agosto 2005

Reencuentros en Santiago de Cuba

Ocho largas horas de viaje nocturno en un autobús de Viazul, son lo más parecido a un vuelo intercontinental. Eso sí, en Las Tunas, mereció la pena parar en un ranchón - algo así como restaurante o cafetería - para cenar un bisté de puerco con papas - filete de cerdo con patatas -. Mejor cena que en los aviones, no hay duda.

A mi llegada a la terminal de omnuibus de Santiago de Cuba a las dos de la madrugada, y tras evitar la nube de jineteros, buscavidas y taxistas que esperan al visitante en toda ciudad a su llegada, me encuentro un único carro - coche - aparcado a la puerta. Y junto a él a mi buen amigo Santiago Vallina y a su cuñado Richard, que me miran con ojos sorprendidos, mientras sostienen sendas cervezas Bucanero de lata. "Coño Juanca!"

Santiago y Richard llevan dos largas horas esperando a un tal Pablo, un presunto amigo mío al que les pedí que fueran a recoger a la terminal y lo alojaran bien en la casa de Santiago, bien en la casa de Richard. "Santiago, trátemelo bien. Este tipo es como si fuera mi hermano y no la está pasando bien en su viaje. Tiene que cuidármelo y espérelo con una cerveza que le gusta la tomadera", le dije a Santiago cuando lo llamé supuestamente desde España. En realidad le llamé desde Camagüey. Pretendía que mi llegada fuera una sorpresa.

Abrazos, tragos de Bucanero y a tomar otra que nos vamos para celebrar el reencuentro a una cafetería 24 horas cercana. Hay mucho que contar. Es el cumpleaños de Richard, "coño, vamos a celebrarlo con unas cervezas, comida, ron y refrescos". Pues nada, habrá que apuntarse a la fiesta. Me alojaré allí ya que Santiago tiene a unos holandeses alojados en su casa todavía. "Pero se van el domingo y ya te vienes para allá". "Coño Juanca, que yo le decía a Carmen que ibas a venir tú. Mira que lo pensé."

En momentos como este, recuerdo por qué he vuelto tantas veces a este país. Dejé muy buenos amigos aquí. Y sin duda Santiago, su familia y su gente, son de los mejores.

05 agosto 2005

De tomadera nocturna en Camagüey.

Si el día me pareció fascinante en Camagüey, pensé que la noche estaría a la altura. Así que hacia las 9 de la noche y tras comprobar que no había luz en la casa, salí a tomar -beber-. Mi incursión en la noche de la ciudad comenzó en la Plaza del Gallo, lugar más cercano a mi casa donde no hubo apagón. En la plaza hay un animado restaurante en el que podemos tomarnos una cerveza local Tínima por 10 pesos cubanos. Sirven platos sencillos de pasta y pizza. Todo en moneda nacional y por tanto frecuentado por cubanos.

Tras el tentempié, descubrí en la Plaza Agramonte, el anímadísimo bar El Cambio. Se trata de una casa de juego de la era pre-revolucionaria que se transformado hace una década en un bar de copas donde tomar cócteles, cervezas o refrescos pagando en divisa. Es un lugar frecuentado tanto por cubanos como por extranjeros. El ambiente es realmente agradable y acogedor. Allí conocí a Adelino, un simpático y saleroso viejito cubano que trabaja en el local. Es un tipo realmente agradable, gran conocedor su ciudad, que me contó algunas cosas muy interesantes sobre la misma. Fue realmente interesante conocerle. A él ya todo el resto de la parroquia habitual que hacen al visitante sentirse realmente integrado a los pocos minutos. Un lugar encantador El Cambio.

En el mismo parque Agramonte se encuentra la Casa de la Trova, que presume de ser la más grande de toda Cuba. Decido no entrar ya que el recinto cobra 3 CUC, lo que indica que dificilmente estará frecuentado por cubanos. En su lugar, me acerco al cercano patio de La Bolanda, también en la el parque Agramonte. El local ofrece en un oscuro patio un sencillo espectáculo de cabaret con dos bailarines, dos cantantes y un mago. Eso sí, el local cobra en moneda nacional y por tanto está frecuentado mayoritariamente por público local. Por 20 pesos cubanos por pareja, se accede al recinto. Y la pareja es obligatoria, así que vuelvo a El Cambio donde conocí a una enfermera del hospital oncológico de Camagüey, amiga de Adelino. La invito a ir al local, acepta enseguida y para allá que nos vamos. Curiosa pareja.

La noche acaba comiendo un refrito y seco filete de pescado hacia las tres de la madrugada en el DiMare, un establecimiento especializado en pescados que abre 24 horas y que tiene presencia en las principales ciudades cubanas. Los comensales, Marisol - la enfermera -, uno de los bicitaxis que conocí en el bar El Cambio y el narrador de esta historia. Otro bicitaxi nos cuenta que sigue el apagón en la zona de la calle Popular, así que no hay prisa por volver a la casa. La noche es joven.

El embrujo de Camagüey

Camagüey - 300.000 habitantes - ofrece al visitante desde el primer momento una sensación de prosperidad. Es una ciudad de amplias avenidas, grandes parques y jardines y edificios normalmente bien conservados. No en vano, esta fue una de las ciudades más prósperas de Cuba antes del triunfo de la revolución. Hoy es una ciudad que acoge muy poco turismo y la mayoría de este turismo viene de paso desde o hacia Santiago. Nada que ver con Trinidad.

Tras llegar a la terminal de omnibus, tuve que negociar el precio con uno de los numerosos bicitaxis para que me llevara hasta la céntrica casa de Alba Ferraz - Ramón Guerrero 106 / Popular 106 -, que alquila dos habitaciones a los turistas. Fueron 2 CUC por la carrera de unos 3 kilómetros, con cuestas incluidas. Pensé que el chaval iba a desmayarse del esfuerzo así que dupliqué la cifra a la llegada.
La casa de Alba resultó ser una bellísima mansión colonial situada en pleno centro histórico de la ciudad, con un gran patio central interior. La señora tenía sus dos habitaciones ocupadas - el estado no permite que una casa alquile más de dos -, pero tuvo la amabilidad de instalarme en casa de una vecina suya, también con licencia de arrendador. Esta es una práctica habitual, que a aveces - no es el caso - puede encarecer el precio de la habitación ya que el primer arrendador exige una comisión al segundo, que acaba pagando el turista.

Tras instalarme, salgo a la calle bajo el tórrido sol del mediodía. El centro histórico de Camagüey sigue sugiriendo prosperidad, pero las calles se transforman. El centro es un laberinto de calles más o menos estrechas y de plazoletas, que suelen despistar al visitante. En el siglo XVI se disenyo asi la ciudad, para tratar de despistar a los piratas en los múltiples ataques de aquella época.
Las plazas del Carmen, San Juan y del Gallo con sus respectivas iglesias restauradas con motivo de la visita de Juan Pablo II ; el parque Agramonte ; la bulliciosa Calle República, arteria principal de la localidad. Camagüey tiene muchos lugares que merecen una sosegada visita a pie.

Tras la vista por la ciudad, Camagüey me guarda todavía una agradable sorpresa, su Mercado Agropecuario Rio. Junto al rio Hatibonico - desgraciadamente sucio y abandonado -, encuentro el más animado mercado que ví en mis viajes por Cuba. Se trata de un gran recinto con cientos de puestos donde los vendedores tratan de atraer a los numerosos clientes con sus voces. Puestos de frutas y verduras donde encontramos guayabas, fruta bomba -papaya-, mangos, toronjas - algo así como pomelos- , limones, yuca, boniatos y un sinfín de productos del campo. Puestos de carniceros que venden ovejo -cordero-, puerco -cerdo- y casquería. Otros vendedores ofertan especias e incluso hierbas y frutos medicinales.

El mercado de Camagüey es una explosión de olores, sonidos y colores que me abrumó. Desgraciadamente, el tiempo amenaza a lluvia y la falta de luz no permite hacer fotografías, así que me prometo volver por la mañana para visitarlo con más detenimiento.

Tras la visita al mercado, Camagüey todavía tiene más que ofrecerme. Comienza a llover. Y con la fina lluvia, y las calles casi vacías, la ciudad ofrece un nuevo colorido y ritmo. Sin importarme el agua, recorro de nuevo las principales plazas y calles de la ciudad. Despacio, muy despacio. Fascinante. Más aún todavía cuando justo al anochecer, la luz se va de algunos barrios del centro de la ciudad por culpa de uno de los habituales apagones y esta queda totalmente a oscuras.

Son característicos de Camagüey unos grandes tinajones de barro que antaño se utilizaban para almacenar agua en épocas de sequía. Pueden verse algunos instalados en plazas y parques. Dice la leyenda que todo aquel que bebe agua de estos recipientes, queda atrapado por la ciudad, y ya no puede abandonarla nunca. Siento que algo así ha podido ocurrirme.

En este instante me arrepiento de haber comprado ya mi billete de autobús para partir mañana por la tarde hacia Santiago de Cuba. Me temo que me queda mucho por descubrir en esta ciudad.

Un alto en el camino: la villa azucarera de Florida.

El viaje en un autobús de Viazul hasta Camagüey no tiene grandes alicientes, salvo el intentar descansar. La empresa Viazul, pensada para los turistas, dispone de modernos autobuses con aire acondicionado y confortables. Las ventajas son la comodidad, tanto al viajar como al comprar los billetes ya que se venden en cualquier oficina de turismo estatal. Como inconveniente, el hecho de que solo viajen turistas, impide aprovechar los largos viajes para tener contacto con el pueblo cubano y hacer amistades.

El único momento destacable del viaje fue la visita relámpago que hice a la localidad de Florida, a unos 40 kilómetros de mi destino, aprovechando una parada de 45 minutos que el autobús hace en el Hotel Florida para que los choferes almuercen. Tras comprometerme con el personal de la guagua a estar allí a la hora prevista de la salida, monté en un bicitaxi que encontré en la puerta trasera del hotel. En poco más de 40 minutos, el amigo Andrés Gómez - que así se llamaba el bicitaxi -, me llevó a dar un paseo por el centro de la ánimada población, me invitó a un café en la puerta de su casa, me llevó una guarapera - venden jugo de canya de azucar - y me acercó al Mercado Agropecuario para echar unas fotos. Todo un record que agradecí con el pago de 2 CUC por la carrera. Cinco veces más de lo que pagaría un cubano por el mismo trabajo.

La impresión que me llevé fue de Florida fue realmente grata. A excepción del Hotel Florida, que es lugar de pernoctación para viajeros de paso por estar situado en la misma Carretera Central que atraviesa toda Cuba, esta localidad azucarera, vive de espaldas al turismo. Eso se nota en sus animadas calles, donde las bicicletas, los caballos y el ir y venir de cubanos, le da un encanto especial.

Después de la parada en Florida, vuelta al autobús para completar los últimos 40 kilómetros necesarios para llegar a Camagüey, capital de la provincia del mismo nombre, y última escala de mi viaje hacia el este, antes de llegar a Santiago de Cuba, la capital del oriente cubano.

04 agosto 2005

No hay mal que por bien no venga.

Uno se levanta a las 6 am, dispuesto a abandonar Trinidad camino de Camagüey. Aseo personal, recogida de equipaje, desayuno y una última confirmación de que lleva todo lo importante. Pasaporte, cámara fotográfica, tarjetas y dinero, gafas de sol... No están. Tras una revisión intensiva de mochila, bolsillos y habitación, se confirma la desaparicíón del objeto. Ni idea de donde puede estar.

Para un miope, un tanto fotofóbico -como todos los miopes- y en el trópico, unas gafas de sol graduadas no son an absoluto un lujo. Además, al ser graduadas, no hay posibilidad ninguna de conseguir unas de sustitución en el viaje. Y menos en la Cuba central y oriental. Se jodió el invento.

Decido que la posibilidad de encontrar las gafas merece retrasar mi partida hacia Camagüey, así que me desplazo a la terminal de omnibus - central de autobuses - y cambio el billete sin problemas. A partir de ahí, proceso de búsqueda de las dichosas gafas por todos los establecimientos donde estuve la tarde de ayer - oficina de viajes, cremería, salón de internet... -, ofreciendo una recompensa de 30 CUC por su localización y explicando que son "de aumento" -graduadas- por lo que no sirven para otra persona. Nada. Tras un último e intensivo repaso a la casa y tras insertar un anuncio en Radio Trinidad - la cabra tira al monte -, no hay más que hacer. Decido retomar hoy las actividades que ayer no pude realizar: Buceo y curso de percusión.

Hoy la suerte está de mi parte. A través de la casa de Araceli, consigo contactar con Pedro, uno de los buzos particulares que llevan a turistas a realizar inmersiones en la zona comprendida entre La Boca y Punta María Aguilar. Es otra manera de bucear. Al cabo de una hora - 12 mediodía - me recoge en la casa un viejo Chevrolet con su chofer. Por 2 CUP por trayecto, me trae y me lleva al punto donde el buzo está ya trabajando con otros turistas. Un punto de la costa más allá de La Boca.

El buceo resulta ser una experiencia excepcional. Pedro es un profesional del buceo, serio y consecuente. Cuando le muestro mi titulación de instructor de buceo, se muestra encantado y me pide permiso para aprovechar el buceo para pescar con fusil. En condiciones normales no lo permitiría, pero en Cuba, donde cada cual se busca las habichuelas como puede, esta es una práctica habitual.
La inmersión resulta espectacular. Tras nadar completamente equipados unos 300 metros desde la costa, llegamos al punto donde la plataforma costera desaparece, pasando de los 10 a los 80 o 100 metros de profundidad. El veril rocoso es un lugar excepcional donde el buceador tiene la sensación de volar sobre el abismo, rodeado de corales, grandes esponjas y nubes de vida marina. Pargos, rabirrubias, peces limón, peces loro, medusas y otros muchos habitantes del mar, se dejan ver ante nuestros ojos. Excepcional.
La pesca se saldó con la captura de un inmenso cangrejo, una rabirrubia y un túnido. Pedro me quiso regalar una de las piezas de pescado. Por supuesto no acepté. Seguro que él sabrá como rentabilizarla.

Por la tarde, las cosas siguieron saliendo bien. Por fin pude concertar una clase de tumbadoras - o congas - con David López, maestro de percusión. A primera hora le dejé un recado en las ruinas del Teatro Brunei, donde suele dar sus clases, y me dejó un recado en la casa. Me esperaba a las 18 horas. La clase fue realmente intensa. En hora y media escasa, David fue capaz de hacer que aprendiera e interpretara con cierta soltura los movimientos y técnicas básicas de las tumbadoras. Una auténtica lástima no poder tomar más lecciones con él. Realmente es un exclelente maestro.

Un buen día el de hoy, sin duda. Aunque sigo deseando abandonar Trinidad rumbo al este. Aunque sea sin mis gafas de sol.

03 agosto 2005

La Boca, Punta Maria Aguilar y Playa Ancon.

Hacer planes en Cuba mas allá del momento presente o del instante inmediatamente siguiente, no es recomendable. No podemos tratar de aplicar una agenda o una planificación de varios días en un país como este, sin caer en la desesperación. Los cubanos no saben de puntualidad, ni de prisas, ni de desesperos, ni de estrés. Por ello conviene adaptarse a su ritmo, si no queremos que nuestras vacaciones se conviertan en una batalla constante.

Así que hay que adaptarse y vivir el momento. Hoy intenté planificar el día y como no podía ser de otro modo, todo falló. Traté a primera hora de contratar una salida de buceo con el centro de la cercana Playa Ancón, a 19 kilómetros de la ciudad. Está suspendido el servicio por el huracán. Me enteré de que hay dos buzos particulares que de manera más o menos legal, organizan salidas para los turistas en la cercana playa de La Boca. Demasiado tarde, salieron ya con un grupo de turistas. Decepción.

Al final alquilé un cocotaxi - una especie de ciclomotor de tres ruedas y una carcasa ovoide - y le pedí que me llevara por la costa desde La Boca a ver si por casualidad encontraba a los buzos trabajando. Hay que tener en cuenta que con excepción de la misma playa de La Boca, donde llega un autobús de Trinidad y donde se concentra la población local que va a la playa, el resto de los aproximadamente 10 kilometros de costa estan prácticamente desiertos hasta los hoteles de Ancón, que todavía permanecen cerrados por los efectos devastadores del último ciclón.

No hubo suerte. Tras realizar el recorrido completo hasta el punto máximo donde se permite pasar tras los daños de Dennis, me quedo en una excepcional playa, la de Punta María Aguilar. Apenas una docena de personas ocupan la larga extensión de arena de aguas cristalinas y arrecifes de coral a tan sólo un metro de profundidad. Hay un grupo de pescadores submarinos cubanos. Me quedo alli con la esperanza de poder alquilarles sus equipos para poder practicar la pesca submarina.
Esta vez sí tuve suerte. Por el modico precio de 4 CUC - menos de 4 euros -, me alquilaron aletas, tubo, lastre, cuchillo y un mastodóntico fusil de pesca de aire comprimido fabricado artesanalmente, además de ofrecerme una interesante charla sobre técnicas de pesca y especies apreciadas.

Al final fueron dos largas horas sumergido en un arrecife de coral rebosante de vida. Una gozada. No llegué a disparar el fusil ni una sola vez, aunque vi algun gran pargo, una aguja, multitud de peces loro e incluso algunas langostas. Sabía perfectamente que difícil para mí alcanzar una pieza con semejante armamento - nada que ver con mis ligeros y eficaces fusiles spetton o excalibur - y además, no quise arriesgarme a romper la varilla del fusil por un mal disparo, lo que hubiese generado un problema a mis socios mas allá del tema monetario. El material de buceo es caro y escaso en Cuba. Eso sí, valió la pena. Fue el mejor momento que pase en Trinidad, sin duda.

Por la tarde, ya en la ciudad de Trinidad, las cosas volvieron a su cauce, y la sucesión de decepciones continuó. A las cinco de la tarde, llegue hasta las ruinas del Teatro Brunet en la calle Maceo - hoy un lugar turístico - , con una botella de la noche anterior en la Casa de la Musica y con el que pacté unas clases particulares de percusión. David no estaba. Se fue, no iba a volver y nadie tenía su teléfono ni su dirección. Tendré que negociar mis clases de percusión en otra ciudad.

Tras la decepción del percusionista, decidí gestionar mi siguiente etapa de viaje. Mañana con el alba parto en autobús hacia Camaguey - a unos 350 kilometros hacia el este-. Traté de gestionar en la agencia de viajes estatal Cubatur la posibilidad de ir desde Camaguey a Playa Santa Lucía. Se trata de un enclave turistico que para mí tiene un solo interés, el shark feeding. Se trata de sumergirte con equipo autónomo en aguas libres del Atlántico - costa norte cubana - y dar de comer a tiburones de 2-3 metros. Pura adrenalina.
Viajar hasta alli tiene cierta complicación ya que es un enclave cien por cien turístico y hay que hacerlo de forma oficial. Autobús turístico, alojamiento en hotel y contratación oficial del buceo con el estado. Por eso no tengo más remedio que tratar con las agencias de viajes estatales como Cubatur. Ante mi sorpresa, el tipo de la oficina de Cubatur de Trinidad, me cuenta que estan en temporada baja - ¡en agosto! - , que toda Santa Lucía cerró por reformas - ¿todos los hoteles? ¡si hay cinco! - y que mejor no vaya. Fin de la charla.
Mañana trataré de encontrar en Camaguey a otro empleado de Cubatur más servicial. El buceo con tiburones, único en Cuba, es una experiencia que bien merece por una vez me salte mi norma de ir donde el destino me lleve.

02 agosto 2005

La impersonal noche de Trinidad.

La noche de Trinidad me decepcionó profundamente. Tras recorrer desde la puesta de sol y hasta la madrugada distintos locales, cafeterías y zonas céntricas, descubrí que la noche de Trinidad esta diseñada a medida de los turistas.

Un buen ejemplo es la Casa de la Música. En las impresionantes escaleras junto a la Iglesia, en la Plaza Mayor, se sitúa este "local" que consta de un restaurante, dos terrazas con mesas, un escenario para conciertos con los mismos escalones como asientos, y una discoteca que abre en la medianoche. Todo con camareros uniformados y servicio en divisa.

Cuando llegué al lugar, me quedé muy sorprendido. Normalmente las casas de la música que existen en las capitales cubanas, son locales sencillos donde los cubanos acuden a ver actuaciones musicales. En Trinidad no. La gran mayoría del público eran turistas de todas nacionalidades. Y el pequeño porcentaje de cubanos/as eran acompañantes de extranjeros/as. Especialmente abundante era el tipo de pareja formada por mujer de treinta y muchos o más, de origen europeo, y de cubano negro como el tizón y de cuerpo atlético.

¿Por qué no hay cubanos en la Casa de la Música de Trinidad? 1. Porque los precios son prohibitivos y 2. Porque una barrera de policias les impide el acceso. Hay que aclarar que las leyes cubanas creadas presuntamente para acabar con la prostitución, son absolutamente estúpidas y hacen posible que si uno camina con un cubano por una ciudad turística como es Trinidad - aunque sea amigo de uno desde hace años y de honradez demostrada -, lo mas probable es que el cubano acabe detenido por la policía acusado de jineterismo. A ver que cubano se acerca por la Casa de la Música arriesgándose a tener un serio problema con la ley.

Para acabar de decepcionar, las actuaciones de la Casa de la Música eran puro show para turistas. Una mediocre orquesta cantaba letras tan surrealistas como "me gusta el vino bianco frizzante", mientras la numerosa colonia italiana daba palmas extasiada. Deprimente.

De los varios locales que visite anoche, la mayoria casi vacíos, solo se salvó de la quema el Palenque de los Congos Reales, muy próximo a la Casa de la Música, donde en un acogedor patio se puede disfrutar sentado y previo pago de 1 CUC en la puerta, de actuaciones musicales de todo tipo. Público exclusivamente extranjero, como no. De las cuatro actuaciones que ví - duran una media hora cada una -, me sorprendió gratamente la de un grupo de son de Trinidad, llamados ACHE SON. Desgraciadamente no pude comprar uno de los CDs que vendían ya que un español bastante estúpido, sacó un grueso fajo de billetes y dijo que los compraba todos. Los cd eran copias caseras, por lo que no tenia demasiado sentido la ostentación. Mejor quedarse con un par de cds y regalarles el resto del dinero. Estúpidos hay en todas partes.

Tras varias horas en el centro histórico y encontrandome siempre la misma escena - extranjeros en los locales y algun cubano mendigando una moneda en los alrededores - decidí salir de la zona, para no volver nunca. Estuve un buen rato callejeando por las principales plazas y calles de la ciudad - fuera del centro histórico - esperando encontrar en algun lugar el equivalente al Malecón de Cienfuegos, un lugar donde un grupo de cubanos se reuniera para tomar unos tragos. Nada.

Sin duda el hecho de que anoche fuera lunes, contribuyó en buena manera a alimentar mi percepción de falta de personalidad esta, ya que muchos cubanos, pese a estar en periodo de vacaciones también en Cuba, no salen a la calle durante la semana. Pero aun así, dudo que encuentre una noche tan impersonal en toda Cuba.

Mi último pensamiento antes de dormir en mi habitación de la casa de Miriam fue dejar Trinidad lo antes posible.

Trinidad. Ciudad patrimonio de la humanidad.

Trinidad y su casco histórico tienen desde luego un encanto especial. Esta ciudad es el equivalete caribeño a una ciudad medieval europea.

El centro del casco antiguo de Trinidad, es el lugar donde comenzar mi paseo en compañía de la cienfueguera Lucy y el parisino Henri. La antes ajardinada plaza - ahora arrasada por el ciclón - está presidida por la Iglesia Parroquial de la Santísima Trinidad, ahora en ruinas, excepto su fachada principal que se conserva. Junto a ella, el Museo Romántico merece una visita. Se trata de una mansión colonial construida entre los siglos XVIII y XIX, que perteneció al español Nicolás Brunet. Brunet dirigía en el XIX desde este palacio sus negocios azucareros explotados por esclavos. Hoy, la casa puede visitarse como museo y alberga una impresionante colección de objetos que recrean la vida en aquella época.

Tras la visita al museo, asciendo por la calle Bolivar hacia la parte más alta de Trinidad. En esta zona se ven algunas de las mejores casas coloniales de la ciudad. Muchas de ellas alquilan habitaciones a los turistas al precio de 15 a 25 CUP. La casa de Mariene Ruiz - calle Bolivar 515 -, que tuvo la amabilidad de enseñarme, es una de las más pintorescas de la zona.

Muy cerca de la Plaza Mayor, en la calle Martínez Villena, hay un lugar donde hacer un alto en el camino para combatir el intenso carlor. Se trata de La Canchánchara, un local que recibe su nombre de este cóctel compuesto por aguardiente, miel, limón y agua. Se recomienda precaución en su consumo. Testado en carnes propias. El local, además de la canchánchara, ofrece actuaciones de músicos cubanos ante el tropel de turistas que lo visitan.

En La Canchanchara, me despido de Lucy y Henri, que vuelven hacia Cienfuegos. Y me quedo en Trinidad, alojado en una casa cercana al Parque Céspedes, en la zona nueva de la ciudad. Es la casa de Miriam Ramos - calle Frank País 185 -. Es una casa que alquila una sencilla habitacion con aire acondicionado por 15/20 CUC -pesos convertibes que equivalen aproximadamente al euro - .

Decido aprovechar que me quedo solo, para dejar el centro histórico y hacer algo que tenía pendiente: cortarme el pelo. El calor es agobiante en esta época en Cuba, y cualquier medida para mitigarlo es importante. La opción mas lógica es acudir a uno de los siempre atestados centros de belleza gubernamentales. En estos establecimientos se realizan trabajos de peluquería, estética y otros, tanto a hombres como mujeres, y a precios muy cubanos. Un corte de pelo cuesta entre 2 y 5 CUP. - un euro son algo más de 25 CUP o pesos cubanos -.

Como el establecimiento del Parque Céspedes está atestado, desisto y sigo callejeando por la zona nueva de Trinidad. La casualidad hace que tropiece con la casa de Abel, muy cercana al Parque Cespedes. Este particular lleva un establecimiento en el que combina sus facetas de peluquero, pintor y escultor. Ademas, trabaja como vigilante nocturno en un centro de salud. Hay que ganarse la vida. En La Camargue el turista puede arreglar sus cabellos, afeitarse con masaje incluido y comprar una de las pinturas del propietario o de uno de sus socios. Por el "desorbitado" precio de 2 CUC, Abel me ofrece un esmerado rapado de cabello, un excelente café y una buena charla. Le prometo incluirle en este blog del que le hablo y así lo hago. Un trato es un trato, compañero.

01 agosto 2005

Camino a Trinidad.


Anoche decidí dejar ya Cienfuegos y partir hoy para un nuevo destino, la ciudad de Trinidad. Esta ciudad ubicada en la provincia de Sancti Spíritus es una de las más visitadas por los turistas.

Parto por la mañana en un Chevrolet del 52 alquilado por Henry, un francés de pocas palabras que ocupa la otra habitación en alquiler de la casa de Negrín y Lucy. Ha aceptado amablemente cederme un puesto en el vehículo que ha alquilado a un particular por 40 CUC a cambio de abonarle los 6 CUC que cuesta el mismo trayecto en un autobús de Viazul. Nos acompaña la dueña de la casa, Lucy que acompañará al francés en su excursión.

Aprovechamos el coche para hacer una parada en el Jardin Botánico de Cienfuegos, donde realizamos una rápida visita guiada para conocer algunas de las espectaculares plantas tropicales que en este recinto se cultivan desde 1901. El jardín, nos avisan en la taquilla, está muy deteriorado por el reciente paso del huracán Dennis. Pero aún con este inconveniente, la visita resulta agradable.

De ahí, el paseo en coche hasta Trinidad - rumbo Este- transcurre en un paisaje en el que a nuestra izquierda aparece la Sierra del Escambray y a nuestra derecha, el mar Caribe. Los efectos del ciclón Dennis son más visibles a medida que nos aproximamos a Trinidad. Esta región fue una de las más afectadas por el huracán. Trinidad estuvo quince días sin agua ni luz y afectó de manera importante a la vida de la población, que poco a poco, todavía recupera su ritmo normal.

Trinidad, es una ciudad pequeña. Su centro histórico, fundado por los conquistadores españoles en 1512, está actualmente declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sus palacios, iglesias, sus empedradas calles y sus característicos techos de teja, merecen sin duda un relajado paseo que realizo en compañía de Henry y de Lucy.

Continuará...

(El centro de internet del Parque Céspedes de Trinidad va a cerrar ya. Ahora mismo diluvia en la ciudad...)

31 julio 2005

Sobre cuanto tenemos que aprender los europeos de cubanos y latinoamericanos.


El sentido común ha recomendado bucear hoy. Anoche de nuevo me dejé seducir por el indudable encanto de la noche de Cienfuegos. Comencé la velada tras una excelente cena criolla en la casa de Negrín y Lucy, en la Casa de la Música. Este peculiar recinto, acoge conciertos y actuaciones de todo tipo. Está ubicado muy cerca de Punta Gorda, y tiene el encanto de que su escenario está rodeado por las aguas de la bahía. Anoche actuaron allí un grupo de famosos humoristas cubanos de televisión. Entre ellos el Cabo Pantera, del que había oido hablar mucho en mis viajes por la isla. Cuatro micrófonos con un pésimo sonido, seis humoristas en el escenario y tres o cuatrocientos cubanos alrededor.

De ahí de nuevo al Artex, donde estuve la noche anterior. Esta vez la actuación era de un trio musical poco interesante que interpretaba canciones románticas. Tomando una cerveza en la barra del hall de la terraza, apareció Lucía, una enfermera cordobesa recién llegada a Cienfuegos. Un comentario oportuno hizo que terminara incorporándome a su grupo formado fundamentalmente por enfermeros y enfermeras españoles que acababan de llegar a Cuba para realizar un curso de verano en la Facultad de Ciencias Médicas. La reunión fue poco interesante y la terminé abandonando al cabo de un rato, ya que aunque la cordobesa derrochaba simpatía, el resto de españoles recelaba del recién llegado - yo mismo -, formando un grupo hermético.

Tras un tiempo en el Artex, abandoné el local rumbo al Malecón. Allí de nuevo me encontré al guyano Dexter, uno de los estudiantes caribeños de la noche anterior junto a dos argentinas y una chilena que también conocí el viernes noche. Con ellos estuve hasta la madrugada, reflexionando entre copa y copa sobre la falta de apertura a los demás que tenemos los españoles. Y eso que teóricamente somos mucho más abiertos al trato humano que ingleses, alemanes o franceses.

Para acabar de confirmar mis pensamientos de la noche anterior, hoy tuve un día muy cubano. Hacia mediodía me dirigí a la parada de guaguas para la playa Rancho Luna. Las dos largas horas de espera sirvieron para que intimara con un grupo de cubanos que también se dirigían allá. Tres chicas y un chico, el marido de una de ellas. Al final terminé pasando con ellos una maravillosa jornada en la playa - gracias Omey -, bebiendo una tras otra varias botellas de ron dispensado, un ron a granel que los cubanos compran en moneda nacional, mientras nos bañábamos y conversábamos en las aguas de Rancho Luna bajo la intensa lluvia. Pese a ser gente evidentemente muy humilde, no consintieron que pagara ni una sola de las cuatro botellas de ron que compraron. Por la noche los invité a cenar una pizza en una cafeteria y a compartir una botella de Havana Club, era lo mínimo que podía y quería hacer.